Elsa Jiménez
EL día 29 de octubre ocurrió la tragedia a la que todos nos hemos acostumbrado a llamar DANA. Por haber vivido en Valencia 24 años conozco estas situaciones atmosféricas, y ahora además las entiendo por estar cursando el grado de Geografía e Historia, pero no siempre fue así. Recuerdo perfectamente la de octubre de 2000. Por aquella época yo me desplazaba en Vespa por Valencia, y como los medios informaron de que veía una “gota fría”, tomé la precaución de desplazarme, durante la semana que duró, en coche. Me pregunto, y ahora estoy en condiciones de afirmarlo, si a esas alarmas de la AEMET sobre DANAS, la población mayor de los pueblos afectados pudo reaccionar y entender la que se venía encima. He tenido ocasión de atender ancianos en pisos sin ascensor que me decían que habían vivido la “riá del cinquantaset”, “la pantaná del huitantados” o la “gota fría” del 2000 y “cap com esta” (ninguna como ésta). Quizás si les hubieran hablado de gota fría se habrían pertrechado de sus medicamentos, de agua potable y comida porque han vivido otras y son gente que entiende muy bien lo que son, y no tendríamos que haberlos sacado de sus casas a pulso, porque los ascensores no funcionan todavía en muchas zonas, deshidratados, con patologías crónicas reagudizadas (comas diabéticos, crisis hipertensivas, disneas, insuficiencias cardiacas…), ictus, crisis de ansiedad o más bien de soledad porque o no podían salir a la farmacia o al centro de salud o, más frecuente, el mismo centro de salud y la farmacia también estaban anegados y los servicios de emergencias civiles no podían llegar físicamente al domicilio. Y el que podía salir había perdido su vehículo.
Vaya por delante que no voy a entrar en valoraciones de si, a mi entender hubo desfase y baile en la cronología de las alertas, cruces de correos y mensajes no atendidos; obras hidráulicas esperando ejecución décadas en cajones, leyes medioambientales desaforadas que dejan desprotegidas a las personas aunque sólo fuera porque también el hombre pertenece al ambiente, en mi opinión, el más precioso bien de esa naturaleza a la que los ecologistas pretenden dejar que se regule sola; negligencias en ese Ministerio cuyo titular huye a Europa dejando los cauces y las riberas (que no quería yo dar nombres) como están en las demarcaciones hidrográficas mediterráneas que nada tienen que ver con las gallegas, por ejemplo; si el gobierno de Valencia estuvo torpe y lento confiando en el gobierno de la nación y se vio sobrepasado o qué clase de persona hay en la Moncloa que le dice a alguien que se está ahogando que pida ayuda si la necesita. Les toca entender a los tribunales porque yo no entiendo muchas cosas, tengo dudas y me faltan datos para decir que el Estado Autonómico estuvo fallido cuando más se le necesitó.
He vivido esta DANA como miles españoles que salimos propulsados del sofá donde veíamos a valientes como Iker Jiménez que se fue para allá por sus medios, con ayuda humanitaria, y en mi caso profesional, en las primeras horas de la catástrofe. Un compañero, también médico reservista, me dijo que iría desde Madrid aprovechando el puente de los Santos, de noche para no interferir, con una furgoneta cargada de ropa y víveres y salí a Motilla para acompañarle. Fuimos a Paiporta y a Aldaya, descargamos y volvimos. Nos sobrecogió el silencio y las más absoluta oscuridad en la ciudad de la luz y el ruido en primavera, y así volvimos, en silencio, apagados y profundamente impresionados. Lo vivido aquella madrugada era, como una macabra coincidencia con la festividad de difuntos a la mañana siguiente. Apocalipsis y los cuatro jinetes campando: el hambre (y sobre todo la sed), la muerte, la guerra (batidas ciudadanas patrullaban la noche con palos y piedras para defender sus casas sin puertas de los delincuentes como si fuera el día después de una hecatombe nuclear tras la salida de los supervivientes) y la peste (las infecciones que, como médicos, intuíamos que habría con agua y fango estancada, sin agua potable, mala alimentación en los primeros días porque tampoco quedaron supermercados, mataderos con carne putrefacta y….cadáveres, muchos cadáveres, el reino de los microbios). Pero ese día había sido el día de Todos Los Santos y y vaya sí he visto santos durante dos intensas semanas empezando por mi compañero médico reservista que me consta que vuelve desde Madrid cada noche.
Casualmente, yo tenía prevista, meses antes, una activación del 4 al 18 de noviembre con el Ejército de Tierra, con la brigada de Infantería ligera, la BRILAT de Asturias en el Regimiento Príncipe número 3 del acuartelamiento Cabo Noval, donde iba a cubrir unas maniobras y a atender el botiquín como alférez médico en mi condición de reservista de los Cuerpos Comunes de Sanidad Militar. Entre el 1 y el 3 estuve al habla con mi Teniente Coronel que estaba esperando la orden de acudir a Valencia, como el resto de las Unidades. El Ejército tenía los efectivos, los recursos y los medios preparados para salir, y así fue como finalmente llegó la ansiada orden de acudir a Valencia el día 4. He estado acuartelada en la base que se montó en la Feria de Muestras de Paterna desde donde salíamos cada mañana a las 7 y regresábamos a las 21 hs, en turnos diurnos y nocturnos, 24 horas para asistir a la población civil y militar desplegada que se ha ido incrementando día a día hasta llegar a casi los 8000 efectivos distribuidos en varias bases militares o, como en mi caso, en improvisadas bases con literas, cocinas, duchas, puestos sanitarios, lavandería, UVIS móviles y efectivos de todos las armas y cuerpos desde la UME (Unidad Militar desplegada Emergencias, la primera en salir la misma noche de la tragedia desde Valencia, León y Madrid) de zapadores a mecánicos, de cocineros a sanitarios, despliegue que sólo el Ejercito es capaz de ejecutar en horas.
Nuestra misión como sanitarios ha sido atender población civil y militar in situ, en un escenario de carreteras cortadas, calles accesibles solo a vehículos y ambulancias militares, apoyo a los centros de salud que han quedado en pie, bajo un mando único que cada mañana o noche nos posicionaba. Hasta aquí, la parte técnica.
Pero si me he decidido a escribir es porque no quiero olvidar cada una de las vivencias, emociones y las situaciones humanas desde el epicentro de la tragedia. Vaya por delante que no teníamos tiempo ni posibilidades de oír noticias de fuera salvo el breve audio que mandaba a diario a mi familia para decirles que seguíamos bien, lo cual hace que escriba ligera de prejuicios y de valoraciones político-técnicas porque no es a los militares a los que les corresponde depurar responsabilidades. Aquí se viene a servir y sólo vale el que sirve, a la orden, sin pedir ni cuestionar. Además, había mucho que hacer y poco que pensar. Contaré lo que viví sin interferencias ni intoxicaciones, desde el punto de vista humano porque fui a dar y me he traído mucho más de lo que llevé.
Durante 15 días y 15 noches he visto Valencia destrozada materialmente, pero a la vez he visto a la mejor España, reconstruida espiritualmente, la de los vecinos y voluntarios organizándose cada día mejor. La excelencia se impuso sobre la mediocridad y el pasotismo.
He vivido situaciones en las que la emoción me ataba un nudo en la garganta y me erizaba la piel, y entonces me venía a la mente el himno que he cantado como una valenciana más en muchas ocasiones y en valenciá: “Per ofrendar noves gloriés a Espanya, tots a una veu, germans vingeu” y vaya si llegaron hermanos de toda España, todos a una voz, de Cádiz a Pontevedra, de Badajoz a Castellón, de todas las tierras de España para devolver a Valencia las glorias que ofreció la región, como dice su himno: “pas a la Regió…” y así amanecía cada día Valencia avanzando “en marxa triompal” porque el valenciano es así, emprendedor y alegre y saldrá de ésta a marcha triunfal como ese héroe que abrió su negocio, un bar de barrio en Algemesí con un agujero tremendo en el suelo y todos los electrodomésticos perdidos y no nos dejó pagar el café que habíamos pedido o la farmacéutica que abrió su farmacia de 9-14 hs donde las colas se parecían a las colas del hambre que vemos en otras latitudes bananeras o como esos voluntarios que limpiaban sus iglesias y sus imágenes, y aunque no hubo servicio religioso pues buscábamos ir a misa el domingo, nos dejaban pasar a rezar o nos daban la imagen de la beata local Josefa Naval Girbés o Manolo que llevaba el café al centro de salud diariamente en Algemesí o Sandra, voluntaria en un colegio en Benetusser, que nos apuntaba cada mañana en una lista “para comer caliente a los que venís a ayudar”. Todas estas historias tienen nombre y apellidos y es lo que quiero contar para que no se me olvide nunca que he tenido la enorme suerte de vivir un momento desgraciado pero histórico donde las ganas de salir adelante superan con creces los padecimientos. He oído frases dichas con gracia y humor como “ya era hora de cambiar el colchón” o “total, con esto de las emisiones mi coche ya no podía ir más que al huerto”
Si no fuera por los muertos y las familias de los desaparecidos….eso no se recuperará jamás.
Llegué el lunes 4, desde Cuenca, un viaje de menos de dos horas que se convirtieron en cuatro por el tráfico causado por los cortes de la áreas afectadas que han quedado incomunicadas. Paré a repostar, y como iba uniformada, lo primero que me sorprendió es que me dijeron “ gracias por venir, ya era hora de que les dejaran salir”; la encargada dijo en la caja donde iba a pagar mi coca-cola “esta señora no paga”. Ya en la base de Paterna me dirigí a mis mandos a presentarme y organicé mi camastro y mi petate. El lunes 5 salimos muy pronto con la SVA militar (soporte vital avanzado o UVI móvil con médico, enfermera y dos técnicos sanitarios militares) a ponernos al mando de la UME aposentada en Alginet. Al poco de salir, primera actuación, accidente de tráfico por colisión de tres vehículos de un convoy militar que volvía del turno nocturno, ocho heridos evacuados que atendimos y estabilizamos un situ cruzando la mediana a pie. Enseguida llegó un recurso civil y otro militar y pudimos evacuarlos. Afortunadamente, nada grave y todos de alta. A partir de ahí, nuestra actuación ha sido un compendio de patología médica y quirúrgica, como un 112 en vehículo SVA todoterreno, prestando servicio a militares y civiles que me obligaba a actualizarme por las noches con mi librito de bolsillo de mimeta “atención urgente para médicos generales: del orzuelo al infarto”.
Bajo el mano de la UME y sectorizados en las zonas afectadas, la BRIPAC (Brigada de paracaidistas) y nosotros, la BRILAT, nos relevábamos en turnos de 12 horas el tetrapol por el que recibíamos los avisos en ese puesto de mando en la gasolinera Texaco que se convirtió en un Hub de distribución de tareas socio-sanitarias donde civiles, protección civil, bomberos, policías locales y nacionales, guardia civil y nosotros, militares de los tres ejércitos, nos concentrábamos cada noche o cada mañana.
Cada día en una zona y de ahí las historias humanas que hemos vivido. Por ejemplo, apoyando el centro de salud de Algemesí, el único de los dos que ha quedado en pie aun con los bajos anegados. Mientras escribo ésto acabo de hablar con María Pons, compañera médico, para despedirme, agradecerle el trato dispensado, decirle que va para allá mi relevo y presentárselo. Tan amable como siempre ya ha avisado a sus compañeros que están de guardia. María vivió de guardia la fatídica noche del 29 de octubre. Parece mentira que ella y los que estaban esa noche sigan trabajando con un sonrisa después del horror vivido. Que Boro, un administrativo salga de guardia y se calce las botas para ayudar a sus vecinos después de perder “un mercedes guapísimo comprado este verano para llevar mis tablas de surf… pero a mí qué sí estoy vivo”. Que Vicente, el otro administrativo, me devuelva el papel donde le apunté mi teléfono mientras buscaba una iglesia en pie por si había aviso urgente, con un “muchísimas gracias por venir” en el reverso. Esa noche, Boro, haciendo uso de sus habilidades acuáticas, y jugándose la vida, buceó literalmente y rompió con el extintor la máquina de bebidas del centro para que sus compañeros pudieran beber algo hasta que los rescataron ya al día siguiente o cómo hubieron de evacuar por vía aérea a un herido por la riada que al chocar con algo se lesionó la arteria principal del brazo y estaba entrando en shock hipovolémico. Le sacaron del agua y le estabilizaron. O cómo el marido ingeniero de María, les iba aconsejando desde Valencia cómo usar sus teléfonos sin riesgo, porque se quedaban sin cobertura a ratos. Maria, Xavi, Lidia, Maite, Vicente, Boro, Ana (y el tiramisú de su madre) son otros héroes de esta tragedia y te reciben con cariño, agradecimiento, sonrisas en sus caras y con un “cojan lo que quieran, medicamentos, fungible, café, comida…ésto es de todos y para todos”.
Pero también los pacientes evacuados: Julia, Consuelo, Encarnación, Iván, miliar en baja por paternidad que nos avisa su mujer por estar sufriendo una crisis cardiaca y al llegar nos relata que lo que tiene es una crisis de ansiedad porque ha bajado a ayudar a los vecinos y ha tenido cierto altercado con ellos cuando le increpaban diciéndole que dónde estaban sus compañeros militares o el colega pediatra Enrique que sufre un ictus tras haber perdido su consulta y haber estado ayudando en labores de desescombro y llegamos a tiempo para sacarle de su casa, bajarle de un quinto sin ascensor a pulso, paralizado del lado izquierdo, y llevarle a la Fe siendo la fibrinolisis efectiva con recuperación ad integrum como nos hizo saber su pareja Pepa que nos llamó al día siguiente para darnos la gracias o Eduardo, el argentino que sufre una angina de pecho y en el traslado su mujer nos cuenta cómo su hija desde Manchester tuvo que coger un avión porque no supo nada de sus padres en días.
Y tantos otros pacientes que hemos atendido en casa, mayores, días sin salir con patologías crónicas reagudizadas que nos decían “atiendan a los jóvenes que a nosotros ya no nos queda nada”. Lo aprendido del COVID me hizo decir en varias ocasiones, “ara ens toca a nosaltres retornarles els que ens han donat” ( mi valenciano es chapucero pero con ellos lo intentaba y les decía que tenemos lo que tenemos gracias a su generación y que ya era hora de devolvérselo). Cuando veía a los técnicos sanitarios militares bajando a ancianos a pulso por escaleras estrechas y embarradas a las ambulancias me venía a la mente el himno de Sanidad Militar que cantábamos también nosotros en los pocos ratos libres para animarnos: “sanitario que vas a cumplir tu deber, al herido sabrás con cariño acoger”.
Solo me queda dar las gracias, y va a ser largo. Primero, a mi familia, que ha sabido entender que iba a estar 15 días fuera sin poder venir a verles ni unas pocas horas estando tan cerca. A mis compañeros de facultad de Valencia que estaban pendientes en sus hospitales en el grupo de WhatsApp que 25 años después conservamos y a los que avisaba cuando llevaba a alguien. Los encuentros con Paqui, intensivista en La Fe, las conversaciones con Sonsoles y Encarna en La Ribera o Santi Borrás en el Peset han sido emocionantes. A mi grupo de sanitarios reservistas de Asturias y al de mi promoción de reservistas que me apoyaron con telemedicina cuando yo, por mi especialidad de cirujano, tenía dificultades para leer un ECG y estaban al quite para darme las primeras indicaciones de actuación médica in situ, sabéis que os llevo en mi corazón. A los servicios de emergencia civiles por su apoyo y buen trato, ya lo dice Valencia en su himno, “tots a una veu”, todos a una voz. A esos compañeros del servicio de farmacia del Hospital de La Ribera que movieron cielo y tierra para surtirnos de una bala de oxígeno y a todos los celadores, auxiliares, enfermeras y médicos que nos recibían con tanto cariño en medio de sus duras guardias que ellos también están sufriendo, muchos sin coche para ir a trabajar porque lo perdieron, y los afortunados que lo conservan pasando horas en trayectos de media hora por los cortes de carreteras.
A todos los héroes civiles y militares, y me dejaré a muchos, pero como hasta hoy he sido militar, me permito hablar del Ejército Español desde dentro y en la tragedia, porque no todas las tragedias son guerras pero tampoco son repartidores de yogures. He dormido con chicas de las que podía ser su madre que volvían de 12 horas metidas en donde no quería entrar nadie, en mataderos de carne putrefacta de las que salían descompuestas hasta la náusea, pero llegaban, cenaban y se daban una ducha en un contenedor, y limpias como princesas y de buen humor se acostaban para levantarse al alba otra vez y volver a entrar donde sabían lo que había. Ahí estaba mi dulce soldado Esther Pérez de Zaragoza en la litera de encima de mi camastro, siempre con una sonrisa y siempre “para lo que quiera, mi alférez, usted me toca el pie y aquí estoy yo”.
A mi ángel de la guarda, la cabo primero Sara Pulido que cada mañana me daba los buenos días con una sonrisa y me preguntaba ¿“qué tal, mi alférez?” y si le decía que esa noche había pasado frío, al acabar el día tenía una manta en el camastro. Ha sido como un duende sacando tiempo de donde no lo había hasta para conseguirme una alargadera, y es que el tiempo se saca de no perderlo y allí nadie lo pierde. A Menchu, de la Policía Militar de la BRIPAC, por los chascarrillos de la mili y las risas nocturnas que nos quitaban las tragedias vividas por unos momentos como la ducha la mugre y el barro. A los de lavandería que en dos horas nos tenían el mimeta limpio y seco. A los de cocina porque he comido francamente bien. A los mecánicos porque alguna vez los hemos necesitado.
A todos los compañeros sanitarios que he conocido en la base y en el PSA (puesto sanitario avanzado) que el día que llegué era una tienda como las desplegadas en maniobras y el que me fui era ya casi un hospital de día hasta con boxes, ingresos con sueroterapia y paneles de separación. Gracias a los Tenientes médicos Elval y Roldán, al Capitán enfermero Escribano por su profesionalidad y consejos, a la Teniente enfermera Delia Lucas que me acompañó en las horas que duró el relevo de mis compañeros, y al Teniente médico Poderoso por su complicidad en los relevos. Me dejo muchos pero sabed que os llevo en mi agenda, y sobre todo en mi corazón.
Al capitán médico Cuetos de la UME de León, ha sido un honor estar a sus órdenes y ya lo tengo en mi lista de amigos y en alta estima por su capacidad de mando, su profesionalidad y su trabajo, me constan las pocas horas que ha dormido, y al Capitán Médico Higueras, paisano al que ya tenía en mi lista y con el que no he podido coincidir por estar destinados en diferentes zonas.
Y cómo no, a mi equipo: a la Teniente enfermera María Collantes de Terán y los técnicos Carlos Tejada y Javier Sanmiguel por haberme hecho sentir una más, porque hemos funcionado como un solo hombre siendo la envidia de otros equipos al vernos siempre juntos. Por nuestras miradas cómplices cuando algún paciente se nos ponía malito en la ambulancia y decidimos mostrarnos seguros siempre pasara lo que pasara, por aprender juntos a transmitir tranquilidad, a animar y a consolar aunque por dentro estuviéramos deseando llegar al hospital. Por ver a la Teniente Collantes crecer cada día profesional y personalmente, esa vías cogidas a 120 km por hora, y los técnicos dando una seguridad en la conducción en condiciones muy adversas y su nivel de preparación. No me extraña que los civiles se los disputen cuando dejan la mili. Por´ los buenos ratos, y por el apoyo cuando flaqueaban las fuerzas físicas o morales en las desgracias ajenas. Por las risas mientras cenábamos pizzas que pedíamos a “domicilio” o la inyección de moral mientras entonábamos los himnos de cada ejército o la Salve Marinera. Y por sujetarme la primera vez que me tambaleé ante el sufrimiento ajeno. Ese abrazo de la Teniente en la casa pestilente de una pobre anciana llena de hematomas, deshidratada, sola y tumbada en la cama “esperando la muerte” que me conmovió hasta las entrañas, no lo olvidaré nunca. Creo que cuando me abrazó le toqué unos salientes a la altura de los omóplatos y ahora sé que eran sus alas de ángel.
Al Pater Juan Luis, capellán castrense, que, desde la distancia, me brindaba el apoyo espiritual que necesitaba.
Al General Rafael Mombiedro, amigo y paisano, por estar siempre pendiente de mis activaciones y aconsejarme desde la distancia pero al que siento tan cerca cuando me voy.
Al Teniente Coronel Fernando de Béjar por haber confiado en mí, estar pendiente en todo momento incluso del parte meteorológico desde que salí de casa hasta que volví. Sabe que le aprecio como amigo y espero no haberle decepcionado como mando. Al Coronel Martínez Victoria por su cariño y esa llamada postmisión. Una misión no acaba hasta que se llega a casa. No tendré vida suficiente para agradecerles esta oportunidad.
Como le dije a mi Teniente Coronel me llevo mucho más que traje, y sobre todo, una agenda llena de buenos españoles que nacieron para servir por muy poco sueldo y ninguna queja. Tenemos unas Fuerzas Armadas a la altura de lo grandes que somos los españoles cuando la tragedia nos sacude sin piedad y los españoles han visto en sus calles y en sus casas cómo su Ejército se ha dejado la piel literalmente por ellos. Creo que en muchos ha cambiado la imagen que tenían del soldado español y de unas Fuerzas Armadas, “armadas” con mucha preparación física y académica, con palas y picos, con EPIs y mascarillas para entrar en mataderos, en labores de búsqueda de cadáveres como oí a un capitán a su gente con exquisita humanidad: “puede ser duro pero pensad que estáis devolviendo la paz a una familia” y todo ello, como dije, sin una sola queja y con una educación exquisita. Sois, sin duda, los mejores de entre nosotros.
Y dejo para el final al que es el primer soldado español. Gracias, SM Felipe VI por visitarnos el martes. Sin duda nos dio ánimos con breves palabras porque “estáis cansados y querréis cenar” para seguir ayudando a esta región que tantas glorias ha dado y dará a España.
Cuando vuelvo a casa, luce en Valencia un sol espléndido, me cruzo con tráfico y AVES, la vida se abre camino a pesar de que nunca será igual por los que se quedaron sin posibilidad de reconstruir sus vidas porque la perdieron.
Que Dios bendiga a todos los afectados y a los que fueron ayudar, a “una veu”, y dé consuelo a los familiares de las víctimas que han sido demasiadas.
Así es que, orgullosa de haber servido en la “Regió que avanča a marxa triompal” para devolverle “las glóries que a Espanya ofrenó”, con la satisfacción del deber cumplido y en primer tiempo de saludo para volver a la orden.