Laura Lucas es una ingeniera de montes conquense de 29 años que trabaja desde noviembre como técnico GIS (sistema de información geográfica, por sus siglas en inglés) en el Aeropuerto Madrid-Barajas Adolfo Suárez, uno de los lugares del país en los que primero aparecieron las señales de alarma sobre la crisis sanitaria que se avecinaba por el coronavirus. Una pandemia que ella ha vivido de manera muy intensa y poliédrica en una triple vertiente: como profesional, como enferma y, también, como voluntaria que ha puesto su esfuerzo y conocimientos para conocerla y combatirla a base de datos.
Las primeras mascarillas en el aeropuerto
Para entender su historia hay que remontarse, como ocurre con tantas relacionadas con la COVID-19, a los cruciales días de finales de febrero. Ella está destinada entre la terminal 1 y 2 del aeropuerto madrileño, por donde llegan bastantes vuelos procedentes de Asia. «Entonces ya se empezaba a hablar de que el coronavirus estaba empezando a llegar a Europa, pero yo recuerdo esas semanas con normalidad. Al igual que en toda España permanecía todo abierto, no había medidas especiales y se hacía vida normal», evoca. Sí que destaca que ya se empezaban a ver algunas mascarillas, de viajeros asiáticos principalmente, pero eran más excepción que norma.
De manera soterrada se iba fraguando lo que en apenas unas jornadas saldría virulentamente a la superficie. «Nosotros estamos en oficinas, y sí que nos llamó la atención que el personal de algunas compañías con contacto directo con pasajeros o sus pertenencias empezaban a ponerse mascarillas. Comentábamos que qué exageración, que todo eso iba a crear alarma. Y al poco tiempo lo que nos llamaba la atención que no hubiese más medidas de seguridad. Todo cambió de la noche a la mañana, prácticamente», narra.
El 11 de marzo les reunieron para informarles de la aparición de un caso en las oficinas centrales de Aena, que no están el Aeropuerto, pidiéndoles que no cundiera el pánico. Al día siguiente les volvieron a convocar con un mensaje más expeditivo; les instaban a coger todo el material que necesitasen para trabajar desde casa al menos hasta Semana Santa.
Por aquel entonces no había restricción alguna a la movilidad así, que como todavía quedaba un mes para la Pascua, decidió irse a Cuenca para teletrabajar desde su ciudad de origen. Ella reside en San Sebastián de los Reyes, donde se estaban ya registrando bastantes casos, por lo que por precaución decidió meterse directamente en su habitación al llegar al hogar familiar. Una decisión en la que también pesó llevar unos días en los que se encontraba muy cansada. «Pensé que mejor prevenir y me aislé», comenta.
Los primeros síntomas y una PCR cuyo resultado no llegaba
Poco tardó en corroborar que había acertado. Esa misma noche comenzó con dolor de garganta, tos, insomnio y fiebre. No sabía si eran casualidad, sugestión hipocondríaca o el temido coronavirus, pero ahí estaban los síntomas. Se puso en contacto con su médico de atención primaria y optó por hacerle la prueba, que finalmente se demoró hasta el domingo porque ese fin de semana se habían multiplicado los casos sospechosos en Cuenca. Una ambulancia del Sescam fue hasta su domicilio y un profesional le tomó la muestra para la prueba PCR. En 48 horas estaría el resultado, le dijeron.
Pasaron esos dos días, tres, cuatro, quince,… y el veredicto no llegaba. Seguía con la incertidumbre de saber si estaba infectada o no de SARS-CoV-2. Cada vez me preguntaba a conocidos del Sescam le indicaban que la única información asociada a su análisis era «Pendiente». Llamaron a Guadalajara, donde en principio se iba a analizar, y, nada, no conseguían saber si el fiel de la balanza se había inclinado hacia el positivo o el negativo. «Al final averiguamos que las pruebas de ese día se extraviaron. Ese fin de semana hubo un boom de pruebas, estuvo colapsado todo y no supieron nunca donde se metieron», relata. Luego conoció más casos de otros pacientes, entre ellos personal sanitario, que se sometieron a la prueba ese 15 de marzo y a los que nunca llegó el resultado.
Mientras, ella seguía con aislamiento absoluto en su habitación, de la que no salía para nada. Sus padres le subían la comida en menaje de plástico, usaba su propio cuarto de baño y controlaban con estricto cuidado la limpieza. «No tenía ganas ni de levantarme, pero tenía que limpiar con lejía intensamente, porque era muy importante, al igual que limpiar», evoca. En ese período siguió trabajando en remoto porque aunque no estaba al 100% su situación sí que se lo permitía. Un espacio de 15 metros cuadrados era su oficina, comedor, sala de estar y habitación durante prácticamente un mes. «Y todo sola, sin poder hablar con nadie cara a cara».
El miedo
Lucas señala que «no he estado grave ni muchísimo menos» y que pasó la enfermedad como si «fuera una gripe pero con síntomas notables». Lo peor fueron las dificultades para respirar, que constató numéricamente un pulxioxímetro que había conseguido y que reflejó que su nivel de oxígeno en sangre no era el adecuado. «Me estuvieron controlando un día por si era necesario derivarme al Hospital por la disnea, algo que mi familia sanitaria me recomendaba evitar porque el centro estaba en una situación muy complicada y al final iba a tener que estar sola en una información y rodeada de peligro», comenta. Finalmente mejoró y se disipó la amenaza del ingreso.
Lo que no se marchó fue el miedo. «Por lo que trasladaban los medios de comunicación y por la información que me llegaba del Hospital sabía que hay gente de mi edad en estado grave, que estaba en la UCI. Era inevitable sentir temor por lo que me pudiera pasar porque hablamos de una enfermedad desconocida que no sabíamos cómo se comporta», recuerda. No se le ha olvidado esa sensación de incertidumbre, que persiste al igual que lo han hecho algunas secuelas del virus. «Soy una persona muy activa y me he sentido muy cansada. He notado al salir a correr o a montar en bicicleta me sofoco y me fatigo antes. Me encanta hacer deporte y la resistencia no era la misma», explica.
A ella los síntomas más importantes le duraron unos diez días pero mantuvo el aislamiento tras la pérdida de su prueba PCR. Por fin le hicieron una prueba de anticuerpos con la que el 15 de abril supo que había pasado la enfermedad y había desarrollado anticuerpos. Ya podía salir de la habitación. Los primeros días lo hizo con mucho cuidado, llevando también mascarilla por el resto de estancias del domicilio, para no darle ninguna oportunidad al virus de encontrar un nuevo huésped.
A partir del 2 de mayo comenzó a salir de casa según tal y como permitían las normas del desconfinamiento y con las mismas precauciones que cualquiera que no hubiera estado infectado «porque al final no sabe por cuánto tiempo se desarrolla la inmunidad ni cómo se comporta». Y así continúa ahora, que ya ha vuelto al trabajo presencial.
Un proyecto voluntario
En ese tiempo decidió usar su experiencia y valor profesional para altruistamente contribuir a frenar la expansión del virus obteniendo una imagen más exacta de su incidencia. Lo hizo de la mano de la organización Geovoluntarios mediante los sistemas GIS o SIG. «Mediante herramientas informáticas se plasma la información en una representación de un espacio geográfico; se aplica para mapas, creación de rutas y similares», explica sucintamente para legos.
Ella fue la responsable para Castilla-La Mancha de un proyecto para unificar en una base de datos nacional los datos que proporcionaban las diferentes comunidades autónomas. Cada región tenía una periodicidad distinta, no difundía los mismos índices ni de la misma manera y lo que han intentado hacer en esta iniciativa es poner en común toda esa información para homogenizarla y que, así, sea comparable, útil y accesible a todos. En su caso se encargaba de ir subiendo los datos que difundía el Sescam en sus comunicados de prensa. «Hospitalizados, nuevos casos, muertes… Ciudad Real ha sido con diferencia la provincia más afectada», resume.
Esos datos recopilados y unificados se han recopilado en el portal web datoscovid.es, donde se han reflejado mediante diferentes elementos como gráficos, mapas o cuadros de mando.
Castilla-La Mancha: menos datos pero más continuados
Lucas destaca como aspecto positivo que la fluidez y continuidad que han mantenido Castilla-La Mancha proporcionando datos; día a día sin apenas excepciones, una conducta que considera muy valiosa. «En otras comunidades dejaban de dar información una semana, luego volvían», explica. Sin embargo, por el contrario, la cantidad y variedad de cifras proporcionada por las autoridades castellano-manchegas ha sido inferior a la de otras autonomías.
Verbigracia, en otros territorios sí que se han facilitado variables aquí desconocidas como las altas domiciliarias u hospitalarias, infectados activos, casos en sanitarios, posibles contagiados o personas en aislamiento domiciliario, entre otras. Esta experta pone como ejemplos de buenas prácticas en variedad y cantidad informativa los de Cantabria, Asturias y Navarra. También Castilla y León, de la que elogia la forma de presentación, con planos, gráficas completas y bases de datos. «Aquí apenas había gráficos y muy sentidos, la información había que sacarla de notas de prensa redactadas», detalla.
En su opinión estas diferencias no se deben tanto a una cuestión de transparencia sino más bien a la intensidad con la que se ha vivido la pandemia. «Al final es verdad que no tiene nada que ver el lío que han tenido Cantabria o Asturias por el número de casos que el que hemos tenido en Castilla-La Mancha, que hemos estado sobrepasados. Ciertas comunidades lo han pasado peor que otras y esta ha sido una de las más afectadas», señala.
Cree también que ha podido faltar comunicación entre autonomías para poner en común y homogenizar la información recabada. «Pienso que ha tenido más que ver con la falta de organización y de tiempo que con querer o no dar los datos. De hecho, al principio se ofrecían menos y conforme ha ido pasando el tiempo se han ofrecido más y mejor detallados», apunta para reforzar su tesis.
La importancia de las cifras para tomar decisiones
Lucas tiene claro la importancia que tiene una buena recopilación, tratamiento y difusión de las cifra en la pandemia. Un conteo que no es un fin en sí mismo sino una herramienta, una aliada para reducir errores y aumentar aciertos. Además de contribuir al derecho a la información permiten saber «cómo se ha gestionado la enfermedad en cada comunidad y cómo ha evolucionado». También poner en relación, por ejemplo, los casos y fallecimientos en relación a variables como el número de camas generales y UCI disponibles o cómo afectaron las fases de la desescalada a los contagios. «Conocer todo ello permite estar mejor preparados por si hay un rebrote, tener más información para aprender y tomar decisiones con más acierto, para poder poner soluciones», expone.
En el momento en el que nos encontramos para Lucas son importantes para la toma de decisiones. variables como el número de casos o las pruebas frente al protagonismo que adquirieron en otros estadios cuestiones como los fallecimientos o los ingresados en UCI.
Por ello en Geovoluntarios han puesto al servicio de los medios de comunicación, de las instituciones y de la sociedad en general la información que han recopilado y adaptado para su mejor comprensión. Incluso se ofrecen para elaborar cuadros o herramientas de asuntos específicos sobre los que les requieran. En varias comunicaciones así lo han hecho ya. Lucas hizo una primera toma de contacto con el departamento de Comunicación del Sescam pero está a la espera de respuesta para que se concrete algún tipo de colaboración.