VERSIÓN CONVENCIONAL
Este 3 de noviembre, Estados Unidos decide quién será su presidente durante los próximos cuatro años: el republicano Donald Trump o el demócrata Joe Biden. Tres conquenses que viven en el país norteamericano relatan cómo es su vida allí y analizan con mirada transatlántica las claves de unas elecciones que concitan el interés de todo el planeta.
Adrián Arias
La biografía de Adrián Arias discurría por el esquema cronológico-geográfico de tantos conquenses. Nacido y criado en la ciudad de Cuenca, saltó a Madrid para estudiar Administración y Dirección de Empresas (ADE) y Derecho. En la capital de España permaneció durante los primeros años de su vida laboral hasta que unas vacaciones en Alemania trajeron el plot twist que cambiaría las coordenadas de su trayectoria vital. Conoció a Caitlin, una estadounidense que acabó convirtiéndose a su esposa y que en 2012 recibió una oferta para un trabajo en Boston, lo que motivó que la pareja se estableciera en Massachusetts. Después, sin salir de Estados Unidos, la familia se mudó a Veazie, “un pueblo algo más grande que Priego en número de habitantes”, en el estado de Maine. Allí, responsabilidades y satisfacciones paternales al margen, se dedica a dar clases de Español en la universidad pública estatal y en el pequeño colegio local. También enseña programación informática.
Maine, fronterizo con la provincia canadiense de Quebec, compendia en su territorio la sociología del atlas electoral norteamericano. “El sur, que está más cerca de Boston, es más urbano y más proclive a los demócratas. El norte, donde vivimos nosotros, es más rural y tiende a ser más republicano”, explica Arias y apunta que las encuestas para congresista de su distrito pronostican un resultado muy disputado. La división se reproduce a una escala mucho menor. “Mi barrio es un poquito más demócrata, pero si te vas a unos 500 metros en dirección al río ya es un área más republicana. Quizá también sea mitad y mitad”.
Arias es capaz de cartografiar las afinidades políticas de sus vecinos con una exactitud que ya quisieran los programas más avanzados de Big Data. Lo consigue por la llamativa costumbre de colocar carteles en las puertas de la vivienda en apoyo de candidatos y partidos. También porque, en general, los estadounidenses son menos pudorosos que los españoles a la hora de hablar de política. “Aquí es muy fácil saber qué vota cada uno inmediatamente. En España te puedes hacer una idea aproximada de la ideología de cada cual, pero es más complicado, también porque hay más opciones”, declara por videoconferencia
Advierte no obstante que esa realidad está cambiando y que los asuntos de actualidad electoral y gubernamental cada vez se destierran más de las conversaciones de parientes y amigos para evitar que degeneren en conflicto. “En mi círculo hay padres que votan una cosa y sus hijos otra y, aunque se quieren mucho, no hablan de esos temas, los dejan aparcados para que no haya discusiones” revela. Un síntoma doméstico de la polarización creciente de la sociedad que reflejó, quizá de manera teatralizada y exagerada, el primer y agrio debate entre el actual presidente y candidato republicano, Donald Trump, y el aspirante demócrata, Joe Biden. Fue un intercambio de insultos y graves acusaciones.
Hay más señales de que en la política estadounidense “los tiempos están cambiando”, como cantaba Bob Dylan, ese artista de Minnesota que actuó una noche en el estadio conquense de La Fuensanta. Hasta ahora era una constante “el respeto a la tradición, a normas que no estaban escritas pero que todo el mundo cumplía y nadie osaba cambiar”, explica el docente. Por ejemplo, los jueces de la Corte Suprema lo son de por vida, el órgano no se renueva al completo periódicamente ni vinculado a los ciclos electorales. “La composición ideológica no depende de que la sociedad en ese momento sea más o menos conservadora, sino de que un juez haya muerto y deje una vacante en un momento determinado en el que estaba un partido en el poder”. Pero, según señala, Trump ha roto en varias ocasiones ya con ese tipo de dinámicas.
¿Son muy distintas las percepciones de la figura de Trump en Europa y en USA? Arias responde que allí “también se le percibe como una personalidad histriónica, porque efectivamente lo es”, pero opina que la imagen que los medios norteamericanos transmiten de él “no es tan exagerada” como el retrato que se traza en el Viejo Continente. Apunta que en ello tiene mucho que ver la gran importancia de la “lealtad al partido” entre el electorado. “Para muchos lo importante es que sea del Partido Republicano y por ello hay que apoyarle, más allá de la figura individual del candidato”, analiza. Las dos grandes fuerzas, republicanos y demócratas, funcionan “casi más como una federación de partidos” y son lo que en inglés se denomina una “umbrella party” (partido paraguas), organizaciones que acogen a corrientes muy dispares en lo ideológico. “Por ejemplo, los republicanos del Oeste son muy diferentes a los del resto del país, más liberales en cuestiones sociales y más progresistas en cuestiones económicas”. Una vocación de transversalidad que a su juicio explica en gran parte ese bipartidismo casi absoluto que caracteriza su nación de acogida.
De Biden resalta que es un hombre de una dilatada carrera en política y que, de hecho, aspiró a ser candidato demócrata ya en 1988. No es algo extraño el panorama político americano. Es frecuente apostar por nombres veteranos que han pasado décadas en distintos cargos y responsabilidades. Por eso, la edad media de los presidenciables suela ser mucho más elevada que por ejemplo en España, si bien la coincidencia de dos septuagenarios en la carrera principal es más excepción que norma, algo coyuntural.
Al margen de las adhesiones o rechazos inquebrantables a partidos y candidatos, Arias enfatiza el peso que tienen los temas locales en las campañas electorales. “A veces se identifica todo Estados Unidos con Nueva York y eso es algo completamente erróneo, porque este es un país muy grande y muy distinto”. En su estado uno de los asuntos que están centrando la atención es el precio del queroseno, combustible que se usa como calefactor de los hogares de una zona donde se alcanzan recurrentemente temperaturas de 30 y 40 grados bajo cero. La candidata demócrata al Senado propone un impuesto que lo encarece y esa postura puede lastrar sus opciones frente a la adversaria republicana en los comicios que también se celebran este martes, de manera simultánea a las elecciones presidenciales. “Puede parecer algo muy específico, pero quizá decida el color de un asiento en esa cámara. Y hay 100 en todo el país”, advierte.
El desempleo, “que ha subido mucho”, es otra de las preocupaciones ciudadanas. Sobre el coronavirus y su gestión también se está hablando, pero Arias subraya que no demasiado porque la pandemia no ha impactado tan fuerte en su estado. Con una población de 1.338.404 habitantes ha registrado 147 fallecidos (Castilla-La Mancha, con 2.038.440, acumula 3.652 muertes) “porque estamos muy aislados geográficamente, en la esquina Noroeste, y en una zona con baja densidad de población y también porque la gobernadora (figura equiparable a la de un presidente autonómico, aunque con más competencias) impuso desde el primer momento medidas bastante severas”.
Y ello a pesar del gran temor a la letalidad del virus ya que Maine es una de las zonas más envejecidas del país. También es una de las menos diversas en su composición lingüística y étnica. Blancos y protestantes suponen un porcentaje mayoritario de una población donde los hispanos tienen un peso testimonial, al contrario de lo que sucede en otros hispanos como Nuevo México, donde el español se declaró incluso lengua cooficial. Todo un hito en un país cuya Constitución no recoge la oficialidad general de ningún idioma, aunque el inglés lo sea de facto. Según constata Arias, la lengua de Cervantes ha sufrido un retroceso en los años de la Administración Trump en comparación con el período anterior ya que “Obama impulsó mucho que todo estuviera traducido, la creación de páginas webs gubernamentales, el acceso a traductores, etc…”.
Habrá que ver cómo influye electoralmente esa política en una comunidad que tradicionalmente han votado demócrata. Una comunidad en la que la taxonomía de la Seguridad Social estadounidense incluye también a los españoles, ya el “hispánico” que usan para identificarla es un término lingüístico. “Parece estereotipo, pero hay muchos estadounidenses que nos sitúan geográficamente en Latinoamérica. Aunque es cierto que hay bastantes que han estado en España por turismo o por el ejército, en bases como Rota, y sí que conocen el país. Les encantan las playas, la comida… todo”, comparte entre sonrisas.
Este ‘hispano’ de Cuenca cuenta con la ciudadanía estadounidense desde 2015 y, por tanto, con derecho a voto. Ya lo ejerció por correo “por si acaso estaban para estas fechas suspendidas las clases por la pandemia” por lo que su martes no será tan distinto respecto a uno normal. “La principal diferencia respecto a una jornada electoral en España es que se celebra siempre en día laboral, por lo que la gente suele ir a votar o muy temprano o muy tarde, antes de ir a trabajar o después”, narra. En núcleos pequeños como el suyo los Ayuntamientos hacen las veces de colegio electoral y abren en torno a las 7:30 u 8:00 horas. Como en nuestro país, suele haber interventores (compromisarios) de los dos partidos principales y, en ciudades más grandes, también de los minoritarios. Los miembros de las mesas no están elegidos por sorteo, sino que son casi siempre funcionarios municipales que controlan un proceso en el que los votantes han debido inscribirse previamente.
Después llegará la expectación en las redes sociales, las últimas horas televisivas y los avances en los periódicos digitales. Un escrutrinio más lento que al que estamos acostumbrados en tierras españolas -son muchos millones de votos por contar- y un resultado del que se hablará en todo el planeta. También en Cuenca, punto de origen de mensajes y llamadas en los que amigos preguntan a Adrián sobre los pormenores de la campaña. La última incógnita, la identidad del presidente de una de las grandes potencias mundiales, la llevarán resueltas en sus titulares los periódicos que algún joven lanzará desde su bicicleta a las casas de los suscriptores en Veazie, como en esas escenas de película.
Diego Almansa
Los sociólogos y lingüistas denominan diglosia a la situación en la que dos lenguas conviven en un territorio en situación de desigualdad; una tiene dominio sobre la otra. Algo así sucede en la bilingüe relación entre Diego Almansa y su pareja, Catherine, norteamericana. Ambos hablan castellano e inglés y alternan ambos idiomas, pero cuando vivían en Cuenca, era el primero el que se imponía en las conversaciones y, ahora que residen en pueblo cercano a Boston, lo hace el segundo. “Algunas veces me sorprendo porque me cuesta encontrar algunas palabras en español”, advierte al otro lado de la pantalla del ordenador, si bien en la charla que se desarrolla a continuación no le faltan vocablos en su lengua materna. Esa dualidad, esa doble identidad hispano-estadounidense que impregna su matrimonio, su identidad y su vida cotidiana le confiere a Almansa una capacidad añadida de ‘agente doble’ para traducir la política estadounidense al esquema mental español. Es una democracia sí, pero con códigos y dinámicas muy diferentes que no siempre son fáciles de descifrar por muchos capítulos de ‘House of Cards’ o ‘El Ala Oeste de la Casa Blanca’ que se hayan ingerido, ya fuera en pequeñas dosis o en maratones pantagruélicos.
“Cuando estaba en España yo intentaba ver y seguir día a día la actualidad de Estados Unidos, pero hasta que no estás aquí no te das cuenta de lo compleja que es esta realidad. Es un aluvión de noticias el que se produce cada día y es complicado analizarlo con una perspectiva de cuatro años”, explica este conquense licenciado en Derecho que marchó en 2015 al gigante americano por una oferta de empleo. Trabaja en el departamento legal de una editorial especializada en manuales para enseñar a leer, tanto a niños en edad escolar como a adultos con problemas con dislexia.
De lo primero que se dio cuenta fue de la influencia que tiene la ubicación geográfica en el pensamiento social y político. “Una conversación sobre racismo o tenencia de armas va a ser totalmente diferente en Boston que en Texas. Aquí se tiene una perspectiva más europea y allí es otro tipo de vida el que denomina”, ilustra. Y apunta que subestimar el voto de esas zonas menos urbanas fue probablemente la causa de la gran sorpresa por la vitoria de Trump en las anteriores elecciones. “En el norte fue un auténtico shock porque no se espera para nada. Es verdad que luego se ha ido sabiendo el uso que se hizo de sus recursos económicos para influir a través de las redes sociales y de todas las campañas de fake news, pero en aquel momento todo se desconocía y fue una sorpresa”.
Almansa cree que, en lo económico, el Estados Unidos actual tras cuatro años del magnate no sería muy diferente del que hubiese dejado Hillary Clinton. “La economía va bien. La crisis de 2008 está aquí más que superada, el desempleo está en unas cifras residuales si lo comparamos con las cifras de España, los salarios suben, también lo hace el valor de la vivienda. Puede haber más o menos crecimiento, pero la tendencia es positiva”, resume.
En su opinión esa realidad no es suficiente para avalar la etapa de Trump. “Han sido años problemáticos porque es una persona muy problemática. No puede representar a un país como Estados Unidos alguien que hace esos comentarios tan zafios, que sostiene esos discursos machistas y racistas e insulta a medios y periodistas”, lamenta. El peor legado que deja, a su juicio, “es la división en la sociedad”, que responde “a una estrategia de buscar el confrontamiento, de ser muy directo y elevar la tensión para conectar con determinado electorado”. Una actitud “que se ha extendido a otros países, como se está viendo en España, donde cada vez dialogamos menos y nos enfrentamos más, y que le puede funcionar para unir a determinada gente que, aunque no comparta su discurso, sí se va representada en alguna de las cosas que dice y que defiende”. También carga contra su política migratoria. “El tipo de visado de trabajo con el que yo me vine con trabajo ya no existe ahora”, ejemplifica.
Por eso, encuestas aparte, no da ningún resultado por hecho. Y también existe el temor a que el actual presidente no acepte una hipotética derrota o cuestione el recuento, especialmente por los votos por correo. “Aquí en la zona Boston la gente no podría explicarse que ganara otra vez Trump”, afirma. Por eso detecta que sí que se respira en el ambiente un énfasis porque haya una participación elevada (en EE.UU. es necesario registrarse antes de ir a votar) y que no se pierda ningún voto”. El gran problema, desde la perspectiva de Almansa, es que la alternativa del Partido Demócrata no seduce.
“Creo que Biden es una persona que no consigue llegar muy bien al electorado americano. No es un hombre carismático, no ha cuajado. Mucha gente lo va a votar porque no quiere que Trump vuelva a ser presidente, pero como mal menor, no porque entusiasme mayoritariamente”, apunta. Como avales del aspirante cita el respaldo de una organización tan poderosa como los demócratas y “que no se identifica como una persona excesivamente de izquierdas”. Y es que, Almansa destaca que etiquetas como “socialista” tienen una carga muy peyorativa en la vida estadounidense, donde el tablero político general está más escorado a la derecha, o más precisamente al liberalismo, en cuestiones económicas. “Si escuchan un discurso de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno hablando de inversión en hospitales públicos, por ejemplo, lo tacharían de socialista, de alguien muy escorado”, sostiene.
Por eso, y al margen de cuestiones económicas que “van razonablemente bien” y donde hay más puntos de consenso, la campaña está discurriendo en torno a otros temas, como el racismo, con la sombra de los sucesos del verano planeando el debate. “El tema del racismo y la brutalidad policial es muy difícil de entender si vives en España. Hay un racismo estructural. Las personas de color suelen encargarse de los trabajos menos cualificados y peor parados y esa dinámica se va manteniendo entre generaciones. Es muy difícil salir de ella porque el acceso a la educación superior que da acceso a mejores puestos es muy complicado. Un curso universitario en una universidad normal, nada de élite, cuesta unos 40.000-50.000 dólares al año”, ejemplifica.
Tampoco han faltado en los discursos de los mítines y los mensajes en medios clásicos como las supuestas interferencias de China y Rusia, y la actuación ante la pandemia de la COVID-19. “En cualquier país en el que se celebren elecciones ahora mismo ese va a ser un tema central. Es verdad que aquí el presidente tiene un poder muy limitado en ese aspecto y que son los gobiernos de los estados los que han gestionado principalmente. Para saber los casos, las medidas o en qué fase estamos nosotros nos atenemos a lo que diga el gobernador de Massachusetts”. Aun así, la oposición ha reprochado a Trump que tuviera información precoz sobre el virus que no compartió o la tardanza en tomar medidas preventivas.
Esos grandes temas conviven estos días en los periódicos con asuntos muy locales. En el estado en el que viven, en estos comicios decidirán sobre tres cuestiones, a modo de pequeños referéndum. En otras ocasiones los electores se han pronunciado sobre el uso de la marihuana y en esta lo harán sobre la regulación de los talleres mecánicos. En eso, resalta Almansa, la democracia americana es muy distinta. Allí poder legislativo y ejecutivo están totalmente separados, se votan los jueces y hasta los sheriff. “Supongo que eso te da una mayor sensación de ser partícipe de los asuntos públicos y de querer participar”, indica. Él posee la green card (la tarjeta de residencia permanente) pero no la nacionalidad y, por tanto, no podrá ejercer el sufragio activo. Su mujer sí que formará parte de los millones de ciudadanos que elegirán al inquilino de la Casa Blanca.
Entre ellos cada vez hay más hispanohablantes. “En las grandes ciudades como Boston, con una comunidad latina muy importante que se dedica principalmente a la hostelería o la construcción. Una vez fui a un centro comercial en el que se escuchaba más español que inglés, casi, eso sí, en sus variedades de República Dominicana, boricua (Puerto Rico) y similares”, indica y señala que en más de una ocasión ha tenido que aclarar que es europeo y que España y México son entes diferentes.
El idioma irá al alza, sostiene Almansa, entre otros factores porque los latinos suelen tener más hijos de media. “Quizá es más una cuestión de mentalidad o de cultura porque la clase media digamos nativa o anglosajona tiene muy presente la necesidad de ahorrar para la universidad o los planes de pensiones privados -en los que la empresas ayudan- y tiene familias menos numerosas”. Él lo está haciendo, lo de ahorrar, en esa filosofía de vida intercultural, entre dos mundos, que se refleja también en pequeños detalles. “Echaré este martes la liturgia de los días de elecciones en España de ir a votar, el cotilleo de qué papeletas se habrá cogido y el café de después”, bromea.
SAMUEL ÁLVAREZ
Samuel Álvarez lleva siete de sus 38 años residiendo en Estados Unidos. A este licenciado en Administración y Dirección de Empresas fue un traslado de trabajo voluntario en una importante empresa el que llevó a cambiar de casa, de país y de continente. Reside en The Woodlands, una población que roza los 95.000 habitantes y que forma parte del área influencia de Houston. Esa ciudad cuya mera evocación activa de forma automática en nuestro cerebro la muletilla de “tenemos un problema”, inoculada por horas de referencias en series y películas de temática espacial.
El problema en este caso sería la división que se respira entre los que apoyan a uno u otro candidato, a Trump o a Biden. Relata este conquense por correo electrónico que, a los típicos carteles de jardín en los que los dueños de la vivienda expresan su respaldo a uno u otro candidato, en esta campaña se han visto muchas señales adicionales, una parafernalia que da cuenta de la intensidad con los que se viven los comicios. “En el vecindario de al lado hay una casa en la que han colocado una bandera donde se ve a Trump rejuvenecido, vestido al estilo Rambo y empuñando una ametralladora”, expresa.
Texas, donde se encuadra su población, es tradicionalmente feudo republicano si bien es cierto que las simpatías o fobias por el actual presidente varían dentro del estado. En ciudades más internacionales como Houston o Dallas la percepción se asemeja más al de ciudades como Nueva York o Boston, en principio más críticas y proclives a los demócratas, frente a otra realidad política que se encarnan los propietarios y habitantes de ranchos o propiedades en el extrarradio.
La suya es también una zona con un peso fundamental de la comunidad hispanohablante, que supone el 35-40% de la población. Un porcentaje que no se traslada al censo, aclara este conquense, “porque hay ciertas personas que no pueden votar porque no son ciudadanos americanos aunque tengan residencia permanente (green card) o visado o que no se encuentran en una situacion legal”. Los electores son por tanto los hispanos estadounidenses mayores de edad, un grupo mucho más reducido. “Son gente que lleva muchos años viviendo aquí, o incluso naturales de Estados Unidos, y tienen más o menos la vida organizada. Han montado sus negocios (pequeños o grandes) o trabajan por cuenta ajena. Los que tienen negocios propios normalmente votan más republicano por temas fiscales y económicos, los trabajadores por cuenta ajena suelen votar mayoritariamente al Partido Demócrata”, aclara.
Resalta que esa población latina conoce España perfectamente y, además, “la respeta y admira mucho”. A modo de anécdota destaca la sorpresa que le causó ver la rivalidad existente entre aficionados del Real Madrid y del Barcelona a tantos cientos de kilómetros de la Península. “Cualquier latino apoya y sigue a uno u otro club”. En el resto de la población “hay de todo”, desde los que no la ubican más en el mapa. Los más, matiza, sí que saben que están en Europa y suelen conocer algunas tradiciones, además de las principales ciudades como Barcelona, Madrid, Valencia y Sevilla.
En cuanto a la campaña, Álvarez indica que se ha centrado “en mutuas acusaciones sobre corrupción procedente de países externos” y también en críticas por la forma de abordar la pandemia del coronavirus por una y otra posición política. También ha estado presente, apunta, la presumible crisis económica y qué medidas tomar contra ella, así como las protestas civiles que tanto impacto han causado en la sociedad estadounidense”.
El sistema electoral americano es muy peculiar. El candidato más apoyado en un estado se lleva todos los votos de su colegio electoral. El que gané en Texas, por ejemplo, se llevará los 38 votos electorales que le corresponden. El que lo haga en Florida, 55, sin reparto alguno entre segundos o terceros candidatos, aunque la diferencia sea de un puñado de votos. Luego son los votos electorales los que, en su conjunto, determinan el presidente de la Unión. Por eso Álvarez está convencido de que serán determinantes los resultados de un puñado de estados con menos votos como Florida y Ohio y los de Pensilvania, Michigan y Wisconsin. Porque, aunque los sondeos den una clara ventaja a Biden, él discrepa: su percepción es que no hay tanta distancia y que hablar del demócrata como claro vencedor es prematuro. Del resultado de este martes estarán muy pendientes sus parientes conquenses que, más allá de su interés por la actualidad internacional no olvidan el vínculo que les une con Estados Unidos. “Nos preguntan mucho, sobre todo si la victoria de uno u otro nos podría perjudicar de alguna forma. La familia siempre se preocupa de que no tengas problemas, aunque sea a distancia”.