La vacunación contra el coronavirus ha sido recibida en la residencia provincial Sagrado Corazón con esperanza, como un punto de inflexión en el camino largo y penoso de la pandemia que permite afrontar el futuro con optimismo. Es lo que opinan su directora, Mari Ángeles Briones, y dos de sus residentes Martín Saiz y Ezequiela Ros, todos ellos fueron vacunados, se encuentran bien y opinan con conocimiento de causa, ya que llevan casi un año sin poder salir del centro, para ellos vacunarse es una buena forma de acabar con el virus, o al menos intentarlo y que no hay que sentir miedo.
La directora cuenta que desde que se empezó a oír que los centros sociosanitarios iban a ser los primeros en recibir vacunas, se agarraron a esa ilusión después de todo «lo que habíamos pasado desde marzo». Cuando llegó el día de que, tanto residentes como trabajadores, recibieran las dosis de Pzifer se creó mucha expectación. Días antes ya se vivía esta experiencia novedosa con gran intensidad, «desde que nos llamaron para saber cuántos somos, recoger nombres, etc., yo pensé ay Dios mío, por fin», ha dicho.
«Ese día nos entraron como nervios, todo el mundo colaboró, fue un regalo de los Reyes Magos, porque es muy duro lo que vivimos, los residentes llevan desde marzo sin salir a la calle; he sacado un poco de fuerzas para animarles, para decirles que el final de todo esto está cerca, que para primavera estamos todos en la calle. La perspectiva del tiempo no es igual para todo el mundo, yo puedo pensar que habrá una próxima Navidad, pero muchas personas de edades avanzadas me dirán ‘largo me lo fiais’, para ellas hay que fiarlo más corto.», ha relatado Briones, quien ha calculado que para finales de mes todos los usuarios y trabajadores habrán recibido su segunda dosis.
Por su parte, Martín de 85, que fue agricultor en su pueblo Fuentesclaras y que nunca se casó, está seguro de que con la vacuna se acabará con el virus. «Si, vamos a poder», ha dicho rotundo, asegurando que lo que más echa de menos es poder salir a dar un paseo.
Ezequiela, que vive en Cuenca desde hace más de 70 años, es tan partidaria de la vacuna que bromeando con una doctora le pidió ser la primera en la lista; «la doctora me dijo que no, que la primera iba a ser ella, entonces apúntame la segunda», recuerda, pero finalmente no pudo ser porque ese día tuvo que ir al dentista y después recibió su correspondiente inyección un poco más tarde.
«Cuesta un poco estar un año sin salir ni al jardín, pero hay que aguantar; tenemos que poner de nuestra parte para seguir viviendo. Hay personas mayores que dicen que no quieren seguir viviendo y yo digo les digo que se pongan la vacuna para vivir. Yo sí quiero vivir, quiero abrazar a mis nietos y bisnietos», ha dicho, añadiendo que trata de andar todos los días, «le doy 20 vueltas a la terraza, yo no me acobardo, tengo buen humor. Aquí estamos muy bien atendidos, no nos falta de nada, solo espero que esta nieve que ha caído machaque este virus, qué se lleve todo lo malo».