La declaración de las medidas de Nivel 3 en Cuenca capital para contener la propagación de la COVID-19 ha traído el regreso de la paralización en diversas actividades profesionales, como ya sucedió en la primera ola. En esta ocasión, se ha obligado a echar el cierre a cines, teatros, auditorios, bibliotecas, museos, visitas turísticas o mercadillos y mercados, por citar algunos ejemplos. Además, se han establecido duras limitaciones en el sector hostelero, reduciendo drásticamente el aforo tanto en interiores como exteriores y prohibiendo la apertura de barras de bares, lo que ha directamente ha llevado a algunos bares a interrumpir su actividad.
La adopción de estas medidas ha vuelto a traer, como ya sucediera durante el confinamiento duro, consecuencias laborales a una gran cantidad de profesionales conquenses abocándolos o bien a expedientes de regulación temporal de empleo o bien a una profunda reducción de ingresos en sus negocios. Estos son algunos ejemplos.
Francisco Javier Contreras Calonge
Francisco Javier Contreras es un vendedor ambulante moteño que cada martes acude a Cuenca capital para vender cuadros en el mercadillo. O al menos así hacía regularmente hasta el cierre declarado con las medidas extraordinarias de Nivel 3. «No veo lógico que el mercadillo esté cerrado pese a estar al aire libre y todos los comercios y centros comerciales sí puedan estar abiertos», opina.
Contreras es crítico con la gestión que se está realizando en Cuenca capital en lo que respecta a su ámbito profesional, señalando que «es una guarrada lo que se está haciendo de sólo dejar poner el puesto a vendedores de la provincia conquense. Hay gente de Albacete y Ciudad Real que habitualmente venían y que ya no pueden venir. Es injusto, y aunque yo me aprovecho de esta medida que ha puesto el alcalde, yo creo que no es ni legal». Además, afirma que han propuesto al Ayuntamiento «una ampliación del recinto para que nos pudiéramos poner todos, e incluso ofrecimos reducir el tamaño de nuestros puestos para poder ponernos todos. Pero no quiso saber nada».
Además, este vendedor ambulante señala que «con estas medidas lo que quiere Sanidad es evitar que haya aglomeraciones, pero sirven para todo lo contrario, porque al haber menos puestos la misma cantidad de gente se reparte entre menos lugares. Lo están haciendo mal no, lo siguiente».
Otra de las propuestas que solicita este vendedor ambulante para que pueda abrir el mercadillo al aire libre es «que pongan gente de la que está trabajando en el Ayuntamiento a controlar los aforos. Y si no tienen, que contraten con los fondos especiales de la Unión Europea para medidas de COVID-19».
Paula Orduña Cobo
Paula Orduño trabaja en los Odeón Multicines Mirador. Recuerda la incertidumbre que ella y sus compañeros sintieron el jueves día 29 de octubre, cuando se anunciaron las medidas de Nivel 3 que obligaban al cierre del cine «porque no sabíamos desde cuándo empezaban a aplicarse». Ahora, tanto ella como su decena de compañeros está inmersos en un expediente de regulación temporal de empleo.
Según la normativa, hasta el cierre el cine podía llenarse hasta un 50% de su capacidad «pero no llegábamos a esos números, la gente no estaba yendo. Se ha notado mucho el bajón de espectadores, no sé si por miedo o por incertidumbre».
«Y eso que tenemos muchas medidas de seguridad, con geles hidroalcohólicos, mascarilla obligatoria y una limpieza exhaustiva entre sesiones, desinfectando con productos de limpieza todas las instalaciones», destaca. Un cambio de hábitos que tanto a ella como a sus compañeros no les costó adoptar, si bien «al principio choca un poco, pero lo que buscamos es hacerlo lo mejor posible para que la gente esté segura y que pueda venir a hacer su vida normal como venía haciendo anteriormente».
A su juicio, el cierre era innecesario, pues «el aforo ya estaba bastante reducido para que no hubiese ningún peligro ni ningún contacto. Si la gente de verdad se localizaba en las butacas asignadas no había ninguna posibilidad de contagios. Han cerrado negocios que no deberían haber cerrado, como el cine o el Auditorio. Creo que son negocios en los que no hay ningún riesgo si se siguen las medidas de seguridad», indica.
Jesús Castillo
Jesús Castillo ejerce de taxista en la capital conquense. Desde su óptica ha podido ver cómo las últimas decisiones adoptadas para contener el virus, como el cierre perimetral de las comunidades autónomas o las medidas de Nivel 3 en Cuenca han ido redundando en una caída de clientes que cifra en torno a un 60% respecto a los que tenía anteriormente.
La limitación de la ocupación se ha establecido en un 50%, por lo que en su taxi únicamente pueden subir dos personas. «A lo mejor van tres amigos y tienen que dividirse en dos vehículos, por lo que empiezan a quejarse y a poner pegas», narra señalando que «hay algunos que se hacen a la idea rápido, pero otros miran la peseta más que la salud. Al final, todos terminan comprendiéndolo y subiendo, aunque sea de morros».
En cuanto a las medidas de higiene que ha tenido que introducir, subraya que «hay que poner todos los medios para evitar tanto que uno pueda contagiarse como que los clientes tampoco». En este punto, recuerda que uno de sus compañeros se contagió, e incide en que «puede que sean un poco lío, porque hay que estar todo el rato dándole al coche con alcohol, gel para los asientos, limpiar bien todos los plásticos y airear mucho el vehículo, y siempre con la mascarilla puesta».
Teresa Gracia Martín
Teresa Gracia Martín trabaja en la Catedral, el Museo Tesoro y en la iglesia de San Pedro, tres lugares muy turísticos que tuvieron que echar el cierre con la declaración de las medidas de Nivel 3 en Cuenca capital. «De primeras me resultó bastante chocante que pudiesen estar abiertos otros espacios como hoteles o bares, y que una Catedral, un museo o una biblioteca tuvieran que estar cerrados. Ya a lo mejor, luego comprendí que es una manera de que el turismo no venga, evitar que se mueva de un sitio a otro», indica.
A su juicio no deberían haber cerrado per se porque «un espacio como la Catedral con la cantidad de metros cuadrados que tiene, o el Museo y la iglesia de San Pedro con la afluencia de gente que tienen, que nunca sobrepasan el límite de aforo». Así, se pregunta por la incidencia de propagación del virus que puede haber en estos lugares, y considera que «se propaga más en bares, colegios, fiestas privadas o supermercados».
Bloquear la oferta cultural para evitar que hagan de reclamo turístico es por tanto la conclusión a la que llega que haya motivado el cierre de las visitas turísticas a la Catedral, Museo Tesoro y San Pedro, dado que «lo hicieron de cara al puente porque aunque Madrid y otras comunidades autónomas ya estuvieran cerradas, la gente seguía viniendo. Venía gente de Madrid, Valencia, Navarra o País Vasco, de muchísimos sitios de España. Y eso nos llamaba la atención». «Porque la gente puede venir a Cuenca a hacer turismo y es una ciudad maravillosa, pero no tiene mucho sentido venir y perderte cosas como la Catedral», sentencia.
Tanto ella como sus siete compañeros que atienden a los visitantes en estos espacios se encuentran en una situación de expediente de regulación temporal de empleo que ya está aprobado y que «en principio es de catorce días, aunque pienso que al final van a ser más».
Ángel Millán
La principal queja de Ángel Millán, de La Ponderosa de Cuenca, radica en que le hayan cerrado el bar, pues en su caso «es inviable» tenerlo abierto sin barra. «Lo más grave es que nos avisaron el jueves y el viernes ya no pudimos abrir, con lo que nos ha pillado con un montón de producto fresco como carne, pescado, mariscos, fruta y verdura comprados, por lo que nos ha jodido enormemente», protesta.
Critica que «las medidas que están tomando son a golpe de improvisación, podían haber avisado con ma´s tiempo del cierre para que tuviéramos cierta previsión con la que trabajar. A los de las barras nos han pillado en bragas. Ojalá avisaran de cara a la reapertura para poder tener algo de previsión». A su juicio, debería haber «un gobierno responsable que se preocupara de verdad de la gente, y que pusiera unas condiciones ténicas comprobables para poder tener abierto un establecimiento, algo así como se hace con la ITV con los vehículos».
Y es que según resalta, en su bar tiene instalado «un sistema de purificadores ambientales con filtros HEPA que son tres veces más potentes de lo que necesito concretamente en mi local. Tenemos más pureza de limpieza en el aire que en la calle, estamos a nivel de un quirófano. Además, tengo un sistema de ventilación de gases y humos superpotente instalado de toda la vida, en mi bar jamás habrás olido humos ni fritanga». Son «medidas de seguridad más importantes que las que puede haber en una terraza, tengo mejor calidad de aire que la que hay en la calle».
«He instalado máquinas muy potentes para dar a los clientes todas las garantías y ahora me salen con que tenemos que cerrar las barras. Tendrían que haber consultado con expertos buscar algo intermedio para las barras, que pudieran abrir con condiciones limitadas, pero van tomando decisiones como pollos sin cabeza mientras se preocupan de tirarse los trastos a la cabeza», lamenta.
Respecto a la modificación de hábitos previos al cierre, señala que estaba trabajando «a un buen nivel, e incluso mejor que antes con la mitad de gente. Organizo a los clientes de tal forma que sólo puedan mirar para un sitio o para otro en función de en qué barra estén, para que de ninguna manera nadie se puedan contagiar».