La guerra en Ucrania sigue en curso, sin un final claro en el horizonte. Sus consecuencias las sentimos en todo el mundo, con las restricciones energéticas y el colapso económico. El drama humano provocado por el conflicto nos llega a través de la prensa o las redes sociales, pero también compartimos ciudad, trabajo o colegio con otras de sus víctimas, los refugiados ucranianos que tuvieron que dejar su hogar y ahora tratan de construirse una nueva vida en Cuenca.
Es el caso de Olena y Oksana, dos mujeres ucranianas que tuvieron que partir con sus hijos en busca de un lugar donde estar a salvo. Mientras, muchos familiares y amigos, incluidos sus maridos, permanecen en sus lugares de origen, algunos en el frente de batalla. Meses después de llegar a Cuenca, ambas refugiadas y sus familias tratan de adaptarse a su nueva realidad al tiempo que siguen los últimos acontecimientos de la guerra sin demasiada esperanza, pero tratando que no las venza el pesimismo.
Olena lamenta que está acostumbrada a esta sensación. Trabajaba como profesora de comercio en una academia en Donetsk, hasta que en 2014 estalló allí el conflicto. Huyó junto a sus hijas y se marcharon a la ciudad de Berdiansk, donde estuvieron hasta febrero de 2022, cuando decidieron venir a España para visitar a unos amigos. Poco después se activó el conflicto y decidieron quedarse, solicitando la protección internacional y el apoyo de Cruz Roja.
Es similar el caso de Oksana, que abandonó la ciudad de Odesa a finales de abril, y desde entonces trata de acostumbrarse a su nueva vida en Cuenca sin perder de vista a sus seres queridos. Su hijo se encuentra en el servicio militar, el equivalente ucraniano a la extinta mili, y uno de sus sobrinos participa en la guerra. La refugiada señala que estos tratan de calmar su preocupación, y le transmiten que “están bien”.
Pero Olena y Oksana, analizando la situación del país, y pese a las dificultades por las que han pasado, no se plantean volver en un plazo cercano. Señalan que en sus ciudades siguen cayendo las bombas, y que la economía está muy dañada. Además, manifiestan que todo va tan rápido que es difícil entender la complejidad de los sucesos del día a día. Olena incluso reconoce que después de todo este tiempo ha decidido no atender a las noticias sobre la guerra.
Ahora, aseguran, tienen “el corazón dividido” entre Cuenca y Ucrania. Adaptarse no fue fácil para ellas, al aterrizar en un país diferente, con otro ritmo, otras costumbres y, por supuesto, otro idioma. Ambas rusófonas, se siguen comunicando con el apoyo de traductores, aunque con sus progresos en las clases de castellano pronto no les será necesario. Además, ponen en valor la amabilidad y predisposición de los vecinos de Cuenca, pues señalan que tanto en sus trabajos, como con sus hijos en el instituto, la intención siempre es el entendimiento, ya sea por señas o con la ayuda de las nuevas tecnologías.
A este respecto, las refugiadas ponen en valor sus progresos en este nuevo hogar, gracias también a que se han sentido acogidas. Oksana señala que durante estos meses ha trabajado como limpiadora y en una cocina, y que su hija se ha ido adaptando al colegio. Destaca su carácter comunicativo, por lo que está estudiando el idioma y agradece la paciencia, comprensión y esfuerzo de sus compañeros.
Olena coincide en quedarse con lo positivo “de esta otra vida”. Cuenta que su hija practicaba baloncesto desde hace años y que al llegar aquí la admitieron en un equipo y se siente totalmente integrada. Agradece que “todo el mundo se vuelca con ella”, y que el resto del grupo siempre tiene la predisposición de escuchar y entender.
En cuanto al acceso a la sanidad y el apoyo de las administraciones, las ucranianas percibieron en ciertos momentos que los plazos eran más lentos que en su país de origen, pero analizan positivamente la atención recibida. Oksana pone como ejemplo el caso de su hija, que sufrió un ataque de pánico durante una de sus primeras noches en España, cuando aún residían en un hotel. Destaca que la atención de los médicos y en el hospital fue inmediata, además de muy buena.
En este punto, ambas mujeres describen como fue determinante el apoyo de Cruz Roja, prestando en un primer momento alojamiento y manutención y continuando después con un acompañamiento continuo en los diferentes procesos administrativos derivados de llegar al país con la condición de refugiado. Y también el apoyo de la comunidad ucraniana de la ciudad, apareciendo en momentos complejos, como en una cita con el médico, en la que una trabajadora ucraniana del servicio de limpieza hizo las veces de traductora.
Unos meses en Cuenca marcados por el cambio, la adaptación y el dramático telón de fondo de la guerra, pero en los que han tenido oportunidad de empaparse de las tradiciones y paisajes del que es su nuevo hogar. Olena describe que llegó poco antes de la Semana Santa, y que quedó impresionada por los ritos y el ambiente. También por las Casas Colgadas y el entorno natural. En el caso de sus hijos fue McDonald ‘s, pues la franquicia no se encontraba en Berdiansk.
Oksana recuerda la alegría que se vivía en las calles durante las fiestas de San Julián, y percibe que ese buen ambiente, en que la gente valora descansar y sabe divertirse, es la tónica general de la sociedad conquense y española. Eso sí, sigue echando de menos la comida ucraniana.
Con la perspectiva que le da todo lo vivido estos últimos meses, Oksana se detiene en el concepto de empatía, y se queda con la comprensión recibida en España. Argumenta que es difícil entender lo que se vive al sufrir una guerra hasta que lo sientes en tus propias carnes y se sorprende al comprobar que en su nueva ciudad, de un país extranjero, han sido capaces de ponerse en sus zapatos aunque no hayan recorrido el mismo complicado camino.