Primer día sin obligatoriedad de mascarilla en interiores desde hace más de dos años tras la publicación del nuevo decreto en el BOE. División de opiniones sobre esta decisión en las calles de Cuenca en una mañana gris y fría que invitaba poca, casi nada, a salir fuera del hogar.
Entre los viandantes esta división se observa en que todavía continúan viéndose muchos cubrebocas, un elemento que aumenta gradualmente su presencia según aumenta la edad. Entre los conquenses se repiten las palabras precaución, liberación y costumbre a la hora de referirse a este elemento que se ha convertido en algo tan rutinario.
«De lujo, yo es que ya no me la ponía y estoy hasta las narices de la mascarilla, sobre todo en clase», exclama Elia, estudiante de 20 años, aunque admite que de momento le va a tocar llevarla en el centro educativo. Más prudente se muestra Saray, otra estudiante de 23 años, que porta cubrebocas en la calle. «Por una parte bien, pero por otra habrá gente que seguirá poniéndosela porque le da un poco de miedo. Yo me acabo de bajar del bus, y ya tengo metida en la cabeza lo de la mascarilla y se me ha olvidado quitármela», explica. A la pregunta de si seguirá llevándola a pesar del levantamiento de la obligatoriedad, tira de empatia: «Por la calle no la llevaré, y en clase la llevaré, no por mí, sino porque si veo a gente que la lleva por respeto a ellos».
Entre los jóvenes se atisba una dicotomía entre quienes celebran esta medida, y quienes abrazan esta liberación pero continúan con una conciencia de precaución y empatía. Es el caso de Álvaro, estudiante de 18 años cumplidos hace una semanas: «A mí me parece bien porque por lo que he estado viendo han bajado los casos, me parece innecesario seguir llevándolas. Entiendo que a algunos les parezca pronto, pero es que sino no se van a quitar. Si quieren preguntar a todo el mundo, al final no se quitan». Sobre si seguirá llevando la mascarilla: «Yo al principio la llevaba por debajo de la nariz, porque me parece todavía raro quitármela, pero creo que al final me la voy a quitar del todo», finaliza.
Jorge tiene 43 años, y propietario y monitor de uno de los gimnasios del centro de Cuenca. Como tantos dueños de negocios, para él es una necesidad lógica esta medida: «Medianamente lógico, llevamos más un año, en las discotecas por ejemplo, donde no hay espacio o menos espacio que en el gimnasio y nadie la lleva; o en los restaurantes, te sientas en una mesa y tienes menos espacio y ventilación. Para mí es lógico, de quitártela ya hasta por salud». A primeras horas de la mañana la afluencia en su gimnasio es de una ocupación alta, solo se puede ver a una chica en una banca de pesas con masacarilla negra. «Hoy me ha venido todo el mundo sin mascarilla, por ahora todo el mundo sin mascarilla. Siempre hay alguna persona reticente que aún la puede llevar que me dice que le da algo de miedo, pero la gente estaba deseando quitársela», explica Jorge. A la pregunta de si él también va a dejar de usar cubrebocas responde con rotundidad: «Por supuesto, sobre todo aquí al realizar un ejercicio, en la que haces un esfuerzo y emites CO₂ al final te representa un sobresfuerzo a nivel pulmonar».
Pepe regenta una carnicería en la calle Hermanos Becerril. Para este hombre de 64 años esta medida es liberadora en todos los sentidos de la palabra: «A mí me parece genial porque era muy agobiantes, trabajar con la mascarilla puesta era muy agobiante. De todas formas, considero que la gente debe hacer lo que ella crea conveniente. Yo creo que ya era el momento».
Todavía son las primeras horas de la mañana, pero ya hay quien se ha acercado a comprar a este negocio familiar. Pepe admite que de momento la clientela continúa llegando con su cubrebocas encima: «La gente que ha venido a comprar a primera hora de la mañana lo ha hecho con su mascarilla puesta, la gente está acostumbrada y va a costar desacostumbrarse».
Miguel es conserje de un bloque de pisos céntrico y suele madrugar para realizar sus labores. Para este hombre de 49 años, la situación le parece precipitada, sobre todo por las fechas y porque todavía el virus sigue muy presente: «Muy pronto, ahora a la salida de Semana Santa es muy pronto». A pesar del nuevo decreto, este conserje admite que sigue viendo a la gente usar la mascarilla: «Las personas que he visto esta mañana si la llevaban, madrugo y me tomo un café en el bar, y las personas que han entrado ahí con la mascarilla». A la pregunta sobre si seguirá usándola, Miguel no especula: «Yo sí la llevaré por precaución y por respeto a las personas».
«Un poco precipitado»
Más cautas y reacias se muestran las personas de más edad. Una mujer con prisa por la calle Fermín Caballero afirma con resignación: «Yo no me la quito, pero que la gente haga lo que le de la gana». Más sereno se muestra Pablo, que con 80 años acude a hacer la compra diaria. Para este señor la medida llega pronto, además de hacerlo después de unas fiestas multitudinarias como la Semana Santa, donde predice que los contagios irán al alza: «Para mí es un poco precipitado, porque todavía hay mucho virus que no está claro. Ahora, después de Semana Santa tiene que subir otra vez los contagios».
Ante este panorama, Pablo no relaja la alerta y seguirá usando la mascarilla como herramienta diaria: «Yo por la calle no la llevaba, pero cuando tenga que entrar en un sitio donde hay mucha gente la llevaré».