«A los 10 años empecé a trabajar en la tienda de mi padre y aún sigo viniendo para entretenerme»

Entrevista a Máximo Orozco, propietario de Viveros La Mezquita

Máximo Orozco, Maxi, es el alma mater de Viveros La Mezquita, una empresa a la que ha llevado a unas cotas impensables cuando Doroteo, su padre, abrió un negocio de venta de suministros agrícolas allá por los años 50 del siglo pasado. Maxi ha sido siempre un empresario a la antigua usanza, de los que podías encontrar en su establecimiento siempre al pie del cañón y que atendía personalmente a cualquier cliente que lo requiriera. Representa una forma de hacer las cosas basada en el trabajo y la dedicación a su empresa, una filosofía que ha transmitido a sus tres hijos, que continúan su labor en un establecimiento que, aunque ha diversificado sus líneas de negocio, conserva ese halo de tradición que aportan sus 70 años de vida. Conversamos con él en su casa, las naves de Viveros La Mezquita, para hacer un repaso de su vida como empresario y de sus aficiones fuera del negocio, que también las tuvo.

¿Maxi, dónde nació usted?

Yo nací en Cuenca en el año 1944.

Tiempos duros aquellos.

Sí, mi padre estaba recién salido de la cárcel de Uclés porque había sido alcalde republicano de Valparaíso de Arriba y tuvo alguna significación durante la Guerra Civil.

¿Y cómo era la Cuenca de su infancia? ¿Qué recuerda de ella?

Me acuerdo mucho de la escuela primaria, que prácticamente no fui a otra. Estaba en la calle Colón y la regentaba D. Marcelo Andreu Chico, que era de Huélamo y había sido profesor también de Matías Prats padre. Luego a mi padre le pareció que era mal estudiante y me puso a trabajar.

¿Dónde vivía su familia?

El domicilio familiar estaba en la calle del Agua, Fray Luis de León, número 44, encima de la farmacia de Ruiz Escribano, pero mi vida, después de la escuela primaria, se desarrollaba más en la entonces llamada plaza del Generalísimo (hoy plaza de la Hispanidad) porque allí le ayudaba, entre comillas, a mi padre cuando estableció la tienda y en el atrio de la iglesia de San Francisco hacía la vida con los amigos de ese barrio.

El fundador de Viveros La Mezquita fue su padre, Doroteo.

En realidad no se llamó La Mezquita oficialmente hasta más adelante. Mi padre montó una tienda de semillas y de cosas agrícolas en la esquina de la calle San Francisco con la plaza del Generalísimo, donde antes hubo un bar bastante famoso que se llamaba La Mezquita y a nosotros se nos conocía por el nombre de La Mezquita más que por el de Suministros Agrícolas, que fue el nombre que mi padre le puso a la tienda. Más adelante, cuando hubo que ampliar el negocio y darle otro carácter, yo le puse el nombre oficial de Viveros La Mezquita.

“Mi padre montó una tienda de semillas y de cosas agrícolas en la esquina de la calle San Francisco con la plaza del Generalísimo, donde antes hubo un bar bastante famoso que se llamaba La Mezquita y a nosotros se nos conocía por el nombre de La Mezquita más que por el de Suministros Agrícolas”

¿Qué se vendía en esa primera tienda que montó su padre?

Mi padre trabajaba de dependiente en la droguería Narciso y cuando quedó libre el local de La Mezquita quedó de acuerdo con uno de los dueños del bar, D. Federico Pinza, para montar allí un negocio. Como él venía de trabajar en la droguería trató en principio de vender lo que conocía de su último oficio en la droguería y lo que conocía de su antiguo oficio en el campo. Vendíamos sogas, horcas, hoces, zoquetas, todos esos aperos, vendíamos también piensos para gallinas y conforme pasó el tiempo cada vez fuimos vendiendo menos artículos de droguería y ampliamos la otra línea de negocio vendiendo semillas, sobre todo hortícolas, porque quien sembraba cereal sacaba la simiente de lo que cosechaba.

En esa época habría muchos huertos para venta de hortalizas y para autoconsumo.

En esos tiempos el 90% del terreno de la Hoz del Huécar estaba cultivado y los hortelanos de la Hoz bajaban a la plaza del mercado a vender lo que recogían. Y luego estaban los huertos particulares y la gente de los pueblos cercanos, que también venían a comprarnos. Entonces empezamos también a traer de viveros de Calatayud árboles frutales por encargo. Tomábamos nota de los encargos, íbamos a Calatayud y nos traíamos lo que teníamos encargado. Así empezamos con los árboles frutales.

¿A qué años empezó usted a trabajar en el comercio de su padre?

A los 10 años estaba yo enganchado ya a trabajar, no alcanzaba ni al mostrador.

¿Y le gustaba aquello o iba porque no le quedaba más remedio?

Entonces iba a regañadientes, me gustaba más estar en el atrio de San Francisco jugando con los chicos del barrio. Mi padre se cabreaba y me llamaba para que volviera a la tienda y los guardias no nos dejaban jugar al balón, que era muchas veces una pelota hecha con trapos, porque se quejaban el sacristán y el cura de que hacíamos mucho ruido y rompíamos los cristales con los balonazos, así que de vez en cuando iban los municipales y nos requisaban la pelota.

Usted entra a trabajar con su padre a los 10 años y hasta ahora.

Así es.

Máximo Orozco, propietario de Viveros La Mezquita / FOTO: Esteban de Dios

¿Cuándo se hace cargo usted del negocio?

Estuve con mi padre casi hasta los 40, porque yo me casé y todavía mi padre era el que decía cómo se hacían las cosas, no te creas que no me costó trabajo que me dejara las riendas del negocio.

¿O sea, hasta los años 80 más o menos?

Sí, y a partir de entonces el negocio tuvo que evolucionar porque lo que mi padre montó en los años 50 ya no tenía sentido.

“Era una mezcolanza de olores muy fuertes y muy característicos cuando se pasaba por la puerta de la tienda”

Yo recuerdo mucho cuando pasaba por esa esquina el olor tan característico que tenía su tienda.

Aquel olor era la mezcla de los piensos, de la algarroba que vendíamos para las mulas, la harina de pescado y carne para los piensos, los insecticidas, etc… Era una mezcolanza de olores muy fuertes y muy característicos cuando se pasaba por la puerta de la tienda.

El negocio no ha parado de crecer desde que lo abrió su padre.

Sí, afortunadamente ha sido así.

Cuéntenos cuál fue la evolución del negocio.

Efectivamente el negocio siempre ha ido creciendo y hubo un momento en que el espacio que teníamos en la plaza del Generalísimo se nos quedaba pequeño porque empezábamos a tener muchos pedidos de planta de todo tipo, porque al principio eran sólo frutales, pero luego la gente empezó a demandar más cosas para sus casas de campo o del pueblo así que nos vimos en la necesidad de ocupar parte de esa finca que había comprado mi padre en el Cerro de la Horca con plantas para vender. Luego hicimos una nave y a la gente no le costaba mucho trabajo ir allí en lugar de la tienda a comprar.

¿Hubo algún momento en que compatibilizaron la nave con la tienda?

Sí, durante bastante tiempo. Además tuvimos un lapsus de tiempo cuando derribaron el edificio de la esquina de la calle San Francisco en el que nos trasladamos a Dalmacio García Izcara dos o tres años. Cuando nos reubicamos otra vez en el local de San Francisco se nos quedaba ya muy pequeño e hicimos la nave y finalmente cerramos el local primitivo cuando nos trasladamos aquí al polígono SEPES porque ya no tenía objeto ninguno seguir con esa tienda abierta.

¿Serían ustedes de los primeros en instalarse en el SEPES?

Sí, hay por ahí alguna foto aérea en la que se ve todo tierra y se ven sólo nuestras naves.

“A raíz de ver el auge que iban cogiendo en Europa estos centros pensamos en que había que enfocar el negocio más a un centro de jardinería que a lo que era el negocio primitivo”

Aquí tienen unas instalaciones de categoría. ¿Cuántos metros cuadrados ocupáis en el SEPES?

Doce mil metros cuadrados entre terreno construido y zona al aire libre. Cuando empezamos a trabajar las plantas nos asociamos a la Asociación Española de Centros de Jardinería, que a su vez pertenece a una asociación internacional de este tipo de centros, y todos los años se hacía un congreso en un país distinto al que solíamos acudir mi mujer y yo. A raíz de ver el auge que iban cogiendo en Europa estos centros pensamos en que había que enfocar el negocio más a un centro de jardinería que a lo que era el negocio primitivo y para eso, lógicamente, hace falta mucho espacio.

Además ustedes también venden muebles de jardinería y todo tipo de aparatos y complementos para las casas de campo.

Todo lo que implica tener una casa en el campo o en la ciudad con jardín.

Entiendo que su negocio ha ido evolucionando igual que lo han ido haciendo sus clientes y el mercado. Ahora hay un tipo de vivienda, tanto primera vivienda como segunda, que hace décadas no existían.

Efectivamente, así es, nosotros hemos ido adaptando nuestra oferta a lo que el público iba demandando, porque cuando empezamos no había ni mucho menos el tipo de viviendas que hay ahora.

¿Usted sigue al pie del cañón y trabajando en La Mezquita?

Lo peor que hay para un ser humano es el aburrimiento. Hay gente de mi edad que está acostumbrada a levantarse por la mañana, darse un paseo, tomarse un café, luego se toma sus vinos y así se entretiene y pasa el día. Yo eso no lo he podido hacer nunca porque no he tenido tiempo, y como no he tenido tiempo no me he acostumbrado y como no tengo costumbre me parece una cosa rara para mí. Así que para no aburrirme vengo aquí y mi entretenimiento algunas veces no es más que quitarle la hierba a cuatro rosales que hay por ahí, ese tipo de cosas. Porque la cuestión de la administración de la empresa la lleva mi hija mayor, Paula, que es la administradora de la sociedad limitada; tenemos también una sección muy importante de animales de compañía que lleva mi hija Beatriz, que es veterinaria, y el resto de complementos y ese tipo de cosas las lleva mi hijo Raúl.

O sea, que sus tres hijos trabajan en el negocio familiar, son ya la tercera generación de la familia Orozco en Viveros La Mezquita.

Sí, aquí están trabajando mis tres hijos y han continuado lo que empezamos mi padre y luego yo.

Para quien todavía no lo sepa este es un establecimiento que abre los siete días de la semana.

Como te digo, cuando hacíamos los viajes a los congresos de la asociación internacional de los centros de jardinería y decíamos que no abríamos los sábados y domingos se extrañaban mucho porque en otros países eran los días de más venta, así que nos lo pensamos y terminamos por abrir todos los días de la semana, porque además la legislación española contempla que este tipo de centros puedan abrir los fines de semana.

“El fútbol me ha absorbido mucho tiempo y algo de dinero. En el San José Obrero disfruté y me divertí muchísimo”

¿Y aparte de Viveros La Mezquita qué aficiones tiene o ha tenido a lo largo de su vida?

El fútbol me ha absorbido mucho tiempo y algo de dinero. Empecé siendo presidente del San José Obrero, cuando dejé la presidencia del club mi amigo José Luis Pinós me hizo una entrevista en El Día de Cuenca que llegó a manos de Adolfo Gil de la Serna, que era el presidente de la Federación Castellana de Fútbol, y habló conmigo para que fuera el delegado en Cuenca de la Federación sustituyendo a Apolonio Pérez. Después fui delegado del Comité Nacional de Árbitros y posteriormente fui presidente del Comité de Árbitros de Castilla-La Mancha y ahí ya fue donde me desbravé, porque es un mundo muy complicado, yo no he sido árbitro y no lo he mamado y algunos ejemplares dejaban bastante que desear.

Efectivamente, recuerdo que usted estaba muy implicado en el fútbol base y en la Federación.

En el San José Obrero disfruté y me divertí muchísimo. Nos desplazábamos como podíamos y llevábamos para comer los bocadillos que nos hacía Gregorio, el del bar del Tío Riau. Comíamos a base de bocadillos y Edmundo, que fue el primer entrenador significado que teníamos se echaba las manos a la cabeza porque preparaba unos bocadillos tremendos y decía que les iba a dar a los muchachos cuando corrieran con un bocadillo tan grande en el cuerpo. Lo que pasa es que llegó un momento en que la cuestión era gravosa y me costaba bastante dinero porque las taquillas eran nulas y había que pagar los desplazamientos y otras cosas que salían del bolsillo de Gregorio y del de Maxi porque no había nadie más.

¿Sigue viendo fútbol?

No, me he desbravado tanto que ni siquiera lo veo por televisión, no soy capaz de aguantar un partido entero, así que estoy distanciado del fútbol.

¿Después de toda una vida trabajando qué piensa cuando echa la vista atrás y ve lo que ha conseguido su familia?

Pues pienso que conforme están ahora mismo las cosas me acojono (risas), eso es lo que pienso, en el marrón que les he dejado a mis hijos porque hemos pasado dos o tres crisis y las hemos pasado muy mal. Pero bueno, ellos están muy dedicados y seguro que son capaces de seguir sacando esto adelante.