Es la nuestra una tierra propicia al contraste, que vive incómoda en las templanzas y tibiezas. Que sabe del calor abrasante y de la helada devastadora. Lo que el Domingo era fiesta y alegría, blancas túnicas, el Lunes se torna en penitencial rigor enlutado. La noche deja en paro a los sonómetros y pone en almoneda las conciencias. El latín, ese esperanto que unió a los cristianos del ayer en la fe más universal del orbe, canta gregoriano. Y un púlpito acecha en cada acera.
No hay en este desfile puertas traseras por las que huir, juegos de manos que escondan el naipe de nuestros pecados, de los actos que jamás incluiríamos en un currículum dirigido a la atención de San Pedro. La palabra, el pensamiento, la obra y la omisión juegan y pierden al escondite en el laberinto de la media ladera por el que se desmaya la penitencial procesión. La llama de los hachones que agarran los hermanos ha quemado todas nuestras naves. No queda más que alistarse en la guerra entre lo que somos y lo que queremos ser. La primera baja será la de nuestra vanidosa indiferencia, incapaz de superar el dolor sin analgesia de los espasmos que estrellan al moribundo Cristo de la Vera Cruz contra el madero.
Del Pregón de la Semana Santa de Cuenca en Alicante de 2015.