Cosas de colegiales

Julio Rebenaque

Extraño sentimiento me causó el otro día, que lo quiero hacer público no sé porque, cuando paseando por los alrededores de la ciudad como cada tarde, de improviso tropecé con un señor ya mayor, pero bien conservado, a quien saludé de inmediato, pues rápidamente reconocí que se trataba de uno de mis antiguos profesores de bachillerato, al que hacía mucho tiempo que no veía. El, me devolvió de inmediato el saludo educadamente, pero noté que no me había reconocido. Después, quedé parado un rato, siguiéndolo, meditativo, con la vista y me dije: » ¿Es realmente él, o alguien que se le parece hasta inducirme a error ? Si lo es, ¡Pero qué “joven” se le ve, y tú en cambio, o sea yo, has envejecido tanto! Hago cálculos, y sumados los años transcurridos, los que tenía yo entonces, los que podía tener él etc, llego a la conclusión de que no nos debemos llevar tanto como en tiempos creí. Entonces me pregunto .¿Puede ser que estos hombres fueran en tiempos de nuestro Instituto sólo un poco mayores que nosotros, alumnos?”  

El sacudimiento que me causó el encuentro con este antiguo profesor de bachillerato hizo que el  presente pasara a un segundo plano, y los recuerdos de los años vividos entre los diez y los dieciséis aproximadamente, con sus errores, transformaciones, deformaciones etc, alcanzaran primacía frente a los más recientes. Enseguida pensé no sólo en el tópico tan manido pero cierto, de lo pronto que pasa el tiempo, cosa que he pensado y repensado muchas veces, sino en algo nuevo que no se me había ocurrido anteriormente, que es el por qué antaño, veíamos a los profesores aun no muy mayores, tan maduros, tan inalcanzablemente adultos. ¿ Qué era lo que nos inducía a tan grande error?. Nos acercábamos o nos alejábamos de ellos mentalmente, procurábamos imaginarlos en situaciones distintas a las vividas habitualmente con ellos en las clases, les suponíamos simpatías y antipatías no siempre inexistentes es verdad, espiábamos sus defectos, estudiábamos sus caracteres, y sobre la base de estos formábamos o deformábamos los nuestros, intentábamos conocer aspectos incluso de su vida privada, con el fin de hacerlos más cercanos y humanos. Otras veces en cambio, sintiéndonos pequeños, y necesitados de ellos, y aquí puede estar la clave, rmanteníamos la imagen igual de idealizada que al principio. No se puede negar en fin, que adoptábamos hacia ellos una actitud muy particular, quizás en algunos casos, de consecuencias incómodas para más de uno. Y en esas contradicciones nos movíamos, y se movía nuestro aprendizaje. Esto, mediatizó qué duda cabe, no sólo la propia enseñanza, sino el camino que habríamos de tomar después. Unos, no tuvieron problemas en seguir adelante. Otros, se atascaron en este camino pero con dificultades lograron seguirlo, y algunos – ¿por qué no decirlo?-se perdieron para siempre. Me temo, y ahí quiero ir a parar, que tan importante para nosotros, no más ya lo sé, que los propios conocimientos fue la influencia en ellos, de la visión forjada de nuestros profesores, a cuya adquisición bien es verdad que contribuyeron poco. No sé si todos nuestros maestros lo notaron y si lo notan los actuales, porque me temo que esto constituya en el ser humano una fuerza inconsciente nunca extinguida, repetida generación tras generación, teniendo que ver más, me parece a mí, con adquisiciones precoces forjadas en la infancia y traídas ya de casa, que con los distintos y cambiantes sistemas educativos. Pero en esto, como en todo, doctores tiene la iglesia.