Hoy no es Martes Santo
en mi pequeño teatro.
Y sin embargo la luna ha salido,
al final, curada de espanto.
Ya no lloran los clarines bautizando a Jesús
en esa Plaza Mayor,
escenario gótico y costumbrista,
nido de águilas,
descanso de espaldas,
ansiadas viandas
sin perder de vista.
Hoy no es Martes Santo
en mi corazón.
No asoma el maestro, caminando
por las frías curvas de la justicia
ni se escucha el metrónomo de las horquillas
en San Pedro golpear
y la madera que lo porta crujir.
Hoy no es Martes Santo, no.
Ni en mi mente ni en el espacio.
Faltarán esos resolis amistosos
entre desconocidos que solo se saludan
y vuelven después al escenario.
Callará Mangana, triste,
como ausente.
Se ha sentado a escuchar
el latido del Júcar
que, sin embargo,
baja tan verde como cantara Gerardo.
Hoy no es Martes Santo.
Escondido y solitario está mi capuz
de morado terciopelo
y la túnica sin luz,
que resiste desde el primer parto.
Despertarán atónitos los pinos de mi sierra.
Volverá el almendro a contemplar su cristillo.
Resistirán las almas encorvadas
el paso de la tormenta
y el peso de la ausencia
de aquellos que lloramos.
¿Volverás tú, mi Cuenca,
aquella que conocí en esencia?
Hoy no es Martes Santo,
lo llevo en mi penitencia,
lo llevo en mi llanto.