Isra Pérez
En un disputadísimo encuentro celebrado esta tarde en el Polideportivo Municipal de la capital conquense, con el añorado regreso a las gradas de un ruidoso porcentaje de aficionados, el equipo dirigido por Lidio Jiménez ha sumado otro nuevo punto en la competición (y ha dejado escapar otro); tras un partido que fue dominado, en cada parte de la contienda, por un equipo distinto. El conjunto local no pudo contar con su hombre más decisivo, Thiago Alves, mientras que Benidorm compareció con las importantísimas bajas de Gonzalo Porras, el cubano Rivero o el exjugador de Incarlopsa Adrián Nolasco. Después de conseguir remontar el duelo y el vuelo en el segundo período, a base de mucho esfuerzo y progresos tangibles en lo individual y colectivo, el combinado liderado hoy por Nacho Moya y Fede Pizarro vio cómo se le escurría entre los dedos otra victoria; en buena parte, gracias a la plausible resistencia de los pupilos de Fernando Latorre que hallaron, en la personalidad de Méndez Pan, la inteligencia de Lignieres y el oportunismo del guardameta internacional brasileño Leo Tercariol, otro antiguo jugador de Cuenca, los mejores argumentos para rescatar algo positivo de la ribera del Júcar cuando parecía todo perdido. El sugerente objetivo de la clasificación copera parece diluirse para los de Isidoro Gómez Cavero.
La primera mitad fue territorio abonado a guarismos goleadores pírricos. Sin embargo, no aparecieron defensas inaccesibles o guardametas infranqueables. El tanteador corto se debió, más bien, a la falta de efectividad de cara a portería, al repetitivo error ajeno, al desliz no forzado y grosero. Casi lo mejor para los intereses locales, en esa deslucida entrega, fue el resultado del luminoso al descanso; apenas un gol por detrás en el marcador tras dominio y ventajas de los blanquiazules. La baja de Thiago era sangrante, sobre todo, en la parcela ofensiva; la efímera solución de Bulzamini en su lateral, alentadora al principio de la campaña, generó un problema evidente de pérdidas de balón y yerros tácticos, con trayectorias desconcertantes en la circulación del esférico; los procedimientos saltaban por los aires sin que Grau u Oliver rezumaran intensidad, profundidad o contacto en la zaga levantina.
El ataque conquense carecía, en lo posicional, de la brillantez asomada en los últimos envites. Tampoco la recobró, en esta franja de la disputa, con la convivencia de los dos centrales rojillos en pista, aunque Pablo Simonet volvió a perfumar aroma de jugador diferencial (por más que se le reproche responsabilidad notable en el relato final de esta historia). Solo a lomos del vertiginoso contragol (término horripilante y estrategia facilona que va a ahogar a la bendita primera oleada), ya en la recta final del segundo cuarto, pudieron neutralizar los inquilinos del parqué la renta menguante de una capitidisminuida escuadra alicantina que sumó, a su proceloso y doloroso rosario de bajas consabido, a un Parker renqueante que dio la talla y la batalla. Notable evolución la de este argentino venido a más, que apuntaba fuerza y finta ya en Ciudad Real. Y que tanto contribuyó a amargar una gran fiesta del balonmano conquense en la Caja Mágica cuando la pandemia era pólvora en carrera. Aunque los focos se los llevaran otros, no sin razón.
En el plano defensivo, los serranos no firmaron una primera mitad inolvidable, precisamente. Ahí, también se nota Ponciano. Mal en los repliegues, por si no había bastante. A nuestro principal argumento de éxito y que es la defensa, a veces único o poco arropado de más razones, le ocurre esta campaña que no alcanza la regularidad de antaño. Tampoco ayuda que nadie del plantel esté atravesando su mejor momento deportivo, salvo Nacho Moya y quizás. Porque no constituye sorpresa alguna su rendimiento a carta cabal, para quienes le han visto madurar, no muy lejos de su tierra, en esa misma competición máxima y sumaria que es la ASOBAL.
Benidorm y todavía en esa mitad inicial, con una primera línea poblada de directores de juego, obligado por las circunstancias notadas y notorias ergo, padecía el efecto pesado de concentrar su propuesta ofensiva en las mismas coordenadas espaciales de la vanguardia del ataque, el sobrepoblado centro; se estrechaba el concepto de anchura, porque tenía que ser así, y la nula amenaza de lanzamiento exterior era otro calvario para ellos. Eso sí, aprovechó muy bien las inocentes pérdidas de balón de Cuenca, pecado mortal en esta categoría, para darle vuelo a sus dos fenomenales extremos: Folques, el joven e interminable talento que militara en Puerto de Sagunto, capaz de defender en el penúltimo o el avanzado y de circular a la primera línea para descargar a distancia. Y Mario López, el genio que abandonó León con misterio insondable y que hace buena la máxima de que, al lado del Bernesga, buenos exteriores y mejores muñecas.
Durante la segunda mitad del encuentro, Incarlopsa mejoró sus prestaciones defensivas. Y su ataque respiró sin socorro artificial. El gol seguía carísimo en ambas porterías, eso sí, pero por razones distintas. En el caso de Benidorm, el 6:0 defensivo de su rival, con la bandera de la profundidad enarbolada por Moscariello, entorpecía mucho la fluidez de su idea y el camino expedito hacia el marco contrario. Solo Ligneres, a mano cambiada (la especie en extinción sigue siendo la del lateral derecho), tiraba del carro. Y Borja Méndez, después, predicando que sigue siendo el vendaval que avecinaba en Teucro y marchitó en Pamplona. Y que ya podía jugar en “El Sargal” más veces, siempre.
Por la parte que le interesaba a los conquenses, Tercariol, enfrente pero menos intimidante que en Madrid, era el dique ulterior que impedía cobrar, a los de Maciel, una ventaja suficiente para gestionar la recta final de la batalla sin sobresaltos. Solamente hubo algo de soltura cuando un excitadísimo como desafortunado Leitao da Costa se autoexcluyó por partida doble. La superioridad numérica tan prolongada aclaró, por fin, espacios. Pero fue un espejismo que, como se comprobó en los compases postreros, se desmoronó cuando hubo que administrar, gobernar y finiquitar en pie de igualdad. Además del canterano Moya, mención aparte merece la segunda mitad firmada por el discutido argentino Fede Pizarro. Aportó mucho en esta fase, tras no menor infortunio antes. Remó en este lapso, como el que más, para catapultar a sus compañeros al triunfo final. Posee calidad, contrastada y a raudales, y hay que reforzar positivamente su autoconfianza, como estará haciendo el técnico conquense. Tiene todas las papeletas, eso sí, para convertirse, por sus estridentes claroscuros, en el heredero perfecto del jugador que concentra, anualmente, la mayor disparidad de criterios de la exigente grada del Sargal. Comienza a ser una tradición peligrosa, esta, para quien escribe. Consiste en “apuntar” a un jugador, todas las temporadas y siempre de calidad ponderada en el exterior; como poniéndolo bajo sospecha permanente. El mecanismo, inconsciente parece, estriba en dividir o ignorar las acciones positivas que aporta el dichoso y desdichado y multiplicar exponencialmente los traspiés (cometidos o imaginarios). Tradición arraigada con pulsión e inaplicable a otros jugadores que se benefician, por contraste y con sorpresa, del mecanismo contrario. Perdemos todos.
El desenlace del partido suena a música oxidada y monótona para los intereses de Cuenca. Vuelve la pesadilla de los últimos lances de la contienda, por la que penaba Benidorm también en fechas recientes. El mal despertar del sueño nos ha vuelto a atrapar y a enfurecer. Precipitaciones y lecturas romas, en ataque, cuando se imponía largueza y precisión cirujana: conservadurismo, vaya. Al menos, se mantuvo a raya al rival en la terminal jugada del choque y con preocupante posesión valenciana para acabar. Ni siquiera podemos cargar las tintas, hoy, contra los hermanos Escudero: caseros, aunque no lo suficiente para devolver agravios pasados y recientes a los rojillos.
Preocupación, sí; desesperanza, no. Confianza. El año da de sí, para todo y todos, lo que vemos. Lo olvidaba: demos cancha a los nostálgicos de lo que un día fue; disfrutaron con Nikcevic, encaminándose a los siete metros, o rememorando a Latorre cuando regía con la redonda en la mano y en la cabeza.
Ficha técnica
INCARLOPSA CUENCA (24): Leo Maciel; Simonet (2), Vainstein (1), Martín Doldán (2), Moscariello, Bulzamini (1) y Sergio López (1). Ángel Pérez (3), Hugo López (1), Nacho Moya (8) y Federico Pizarro (5).
BALONMANO BENIDORM (24): Leo Vial; José Oliver, Lignieres (4), Feuchtmann (3), Parker (3), Mario López (3, 1p), Da Costa (1) y Folques (4). Roberto Rodríguez (p), Borja Méndez (3), Spiljak (1), Carlos Grau (1), Iván Rodríguez y Nikcevic (1).
Marcador cada cinco minutos: 3-1, 3-3, 4-7, 6-8, 8-10, 11-12 (descanso) 12-13, 14-14, 17-17, 20-18, 23-21, 24-24 (final)
Árbitro: Exclusiones a Vainstein, Ángel Pérez, Moscariello y Nacho Moya por los locales y a Hernández, Lignieres, Iván Rodríguez y Leitao (2).
Incidencias: Partido correspondiente a la 17ª jornada de Asobal, disputada en El Sargal ante 300 espectadores por las limitaciones de las medidas para evitar contagios de COVID-19.