F.J. Moya del Pozo
Una vez leí que, a cualquiera de nosotros, el sonido que más nos complace es cuando nuestro nombre sale de la boca de alguien a quien estimamos. Sentir que esa persona querida se dirige a nosotros en primera persona, identificándonos y distinguiéndonos del resto del mundo. Percibir que, aún por un segundo, somos únicos para ella.
Observo las ilusionadas caras infantiles que van depositando sus cartas a los Reyes Magos en el edificio Iberia, donde está instalado el espectacular belén realizado con figuras y elementos constructivos de Play Mobil. Desde tiempo inmemorial, las cartas a sus Majestades, los Magos de Oriente, eran, junto a la cabalgata de la noche del cinco de enero, y la puesta del belén en un rincón de la casa, un elemento imprescindible de toda Navidad. También las felicitaciones con las postales que comprábamos en las papelerías; con elegantes sobres y sellos correspondientes. Iniciadas con un afectuoso “ querido o querida….seguidos del nombre del destinatario de nuestros mejores deseos navideños; al pie, eran firmadas con el nombre todos los miembros de la familia remitente, incluidos los más pequeños.
Postales que, en los días de final de año, cuando se renuevan propósitos de vida, se revisan errores y aciertos y se intentan ordenar objetos cotidianos y libros hace tiempo abandonados, surgen, de entre las páginas de estos últimos, postales navideñas con nombres de amigos ya olvidados, y de parientes que se fueron. Escritas con tinta ya algo desleída, expresan su mejor deseo de vernos y abrazarnos, de que el Jesús que nacería la noche del 24 de diciembre nos acompañara y nos diera una fortuna que todos sentían que se merecían en tan mágicas fechas.
Ahora, todos felicitamos por el móvil; a veces, en conversación telefónica; y, la mayoría de ocasiones, con un simple mensaje, tal vez acompañado con un vídeo que ha ido pasando de móvil a móvil; de forma que, en cinco minutos, seleccionando la agenda del teléfono, podremos enviar nuestro mensaje a numerosos destinatarios. Sí, todos lo hacemos, pero al igual que, aun usando con mucha frecuencia el libro electrónico, prefiero el impreso en papel, no puedo ocultar que siento que este tipo de felicitaciones parece más una carta que nos envía cualquier banco o compañía de suministros, sin encabezarla con nuestro nombre, que una verdadera muestra de amistad; tan anónima en su redacción como tan colectiva y despersonalizada en su envío. Por mucho que se agradezca que el felicitante haya tenido el detalle de seleccionarnos en su agenda móvil.
Por ello, mientras sigo ordenando mi mesa de trabajo y las estanterías de libros, las postales recobradas van siendo depositadas en una simple caja de cartón, pues me basta saber que, en ese frágil recipiente, se contiene la memoria de tantas navidades, tantos abrazos hechos desde la lejanía de la distancia y desde la cercanía del afecto.
Y, en esa creencia de permanencia, al término de estas líneas comenzaré a escribir una nueva postal de Navidad, al menos, una cada año. Por todos aquéllos que aún creemos que la Navidad es algo extraordinario, merecedor de algo más que un simple y casi anónimo WhatsApp.