Cuando un dolor de cuello termina en un diagnóstico de cáncer de mama: «Cambia cómo ves la vida»

Ángela Aguilera padece esta enfermedad desde los 36 años, cuando se la detectaron por una molestia en las cervicales.

Escuchar la palabra cáncer siempre es negativo para cualquier persona. Una enfermedad tan cruel provoca miedo y desesperanza. Para algunos, no le asusta después de haber visto a su alrededor otros casos. Pero cuando afecta en primera persona, es irremediable quedarse en shock. Es lo que le pasó a Ángela Aguilera, una madrileña residente en Cuenca que le diagnosticaron cáncer de mama con 36 años después de haber estado dos sin saber qué le pasaba, pues ella no tenía dolor en el pecho ni se notó ningún bulto, sino que sentía muchas molestias en las cervicales. Fue en septiembre de 2022 cuando le encontraron el problema y de manera avanzada, ya que era metastásico en fase 4 y con lesiones óseas.

«Durante dos años he estado con esos dolores, de cabeza, de espalda, iba al medico y me decía que eran contracturas, que me tomara pastillas para ello, masajes, fisios…», cuenta Aguilera, que no fue hasta que consiguió que le hicieran una resonancia en las cervicales cuando se dieron cuenta que el cáncer le había destrozado el cuello y se había extendido por varios sitios del cuerpo. «Gracias a la cervical y al neurólogo que me mandó hacer la prueba se detectó», señala la paciente.

Una vez tenía el diagnóstico, lo primero que tuvieron que hacer fue operarla de urgencia «porque se había comido dos vértebras y una almohadilla y me lo tuvieron que sustituir. Después de eso, pude empezar con la quimio con seis ciclos y me operaron de la mama, que me quitaron el tumor y ganglios», detalla Aguilera. Ahora, está con un tratamiento «para toda la vida» que controla la enfermedad. «Está dormida pero hay que estar en alerta».

El momento del diagnóstico fue para Ángela «un shock» con el que lidió varios días, «porque decía: si yo venía por un dolor de cuello». Pero la palabra cáncer no le asustó a la madrileña, ya que en su familia había tenido esa enfermedad de cerca. «Al principio estaba fatal psicológicamente, porque además ya estaba muy avanzado y no sabía si operarme iba a servir o no. Pero yo seguía adelante. El shock lo utilicé para reforzarme y seguir», asegura Aguilera. Sin embargo, admite que «nunca» está tranquila, pues cada vez que tiene que acudir a la revisión a los tres meses, «pasas los 15 días previos mal, estás inquieta aunque yo lo intento disimular. Cuando te dan el resultado te calmas, hasta la siguiente».

«Mi vida ahora es ir día a día y no pensar en el mañana»

Ángela afirma que esta enfermedad le ha cambiado su forma de ver la vida. «Psicológicamente, me afecta igual hace dos años que ahora. Te afectan más las cosas, estás más sensible, pero ves por ejemplo la grandeza del cielo azul que antes ni te fijabas», admite. Ahora dice que sus meses son cada 21 días y no cada 30, que es el tiempo que tarda en volver al tratamiento. «En mi vida voy al día a día y no pienso en el mañana. Antes de esto yo hacía planes de aquí a verano, ahora planeo esta semana», cuenta Aguilera.

La paciente agradece el trabajo de su oncóloga y del equipo del medicina nuclear del hospital de Cuenca que son quienes la han tratado, así como a la Asociación Española Contra el Cáncer en la ciudad por la «ayuda psicológica» que le han ofrecido. «Para mí ha sido fundamental, a lo mejor sin ella no tendría una actitud optimista, que es también muy terapéutico», sostiene Ángela, que incide en que en la entidad «te juntas con gente que está como tú y nos apoyamos los unos a los otros». Por ello, recomienda a todo aquel que esté en la misma situación que vaya a la asociación, porque «la mente también controla la enfermedad».

Asimismo, Aguilera aconseja a la gente «que no pierda el tiempo» sobre cualquier signo de dolencia en el cuerpo, «que vayan al médico y que luchen por que les escuchen y les hagan las pruebas, y si no les atienden por la Seguridad Social, que corran a la privada, pero que lo hagan rápido porque contra antes se ataque, mucho mejor». Cuenta que su enfermedad estaba muy avanzada porque se perdió «mucho tiempo» en realizarle las pruebas necesarias, ya que «en una simple radiografía no se veía nada, mientras que en la resonancia sí, pero tardó dos años en llegar». Por ello, insiste en que si hay dolor «o un bulto, no te cuesta nada ir al médico a comprobar que todo esta bien. Y no te intentes autoconvencer de que no es nada, porque tienes ese miedo de que pueda ser algo», concluye.