Hay esperanza. Robe Iniesta actuó en La Fuensanta y demostró ante varios miles de espectadores que queda un hueco para letras reflexivas y trascendentes arropada por músicos que dominan su instrumento y que se encargan de dibujar el paisaje sonoro elaborado y preciso.
Amenazó tormenta durante buena parte de un concierto que tuvo como telón de fondo, sobre todo en su primera parte, la visión casi permanente de relámpagos tras el escenario. Cayó alguna gota aislada al principio pero la lluvia respetó al extremeño, leyenda como líder de Extremoduro, que juega ahora en otra liga, alejada del rock urbano irreverente por el que se dio a conocer.
Robe Iniesta ofreció al público un pausado relato de problemas y soluciones, una mirada reflexiva sobre lo que ocurre y lo que parece que ocurre. Seis músicos, violín y viento incluidos, acompañaron a un líder sobrio sobre el escenario en el que quizás se hecha de menos cierta espontaneidad ante un exceso de ‘guionización’. Eso sí, impecables desde un punto de vista sonoro y visual. Tablas no les faltan a unos músicos curtidos a los que da gusto escuchar.
Tras un breve descanso tocó el turno a la parte más rockera del concierto, un vistazo a épocas anteriores con más distorsión y presencia de las guitarras. ¿El resultado? Más bailes y palmas entre los miles de espectadores. Más diversión. Eso sí, no hubo bises. Una vez terminada la última canción se encendieron las luces y el show se acabó.
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