Alrededor de una treintena de establecimientos (sin contar los que están cerrados) en un kilómetro de longitud. Aún más portales de viviendas. Conecta una de las entradas a Cuenca con el centro de la ciudad, pues uno de sus extremos se encuentra a menos de 500 metros de la salida a la N-400 y el otro extremo, también a unos 500 metros de Carretería. Es el Paseo de San Antonio.
Lo que se expresa a continuación son opiniones tanto de vecinos como de trabajadores de la zona que, por motivos de privacidad, han querido conservar su anonimato aunque se han mostrado abiertos a colaborar en este reportaje.
Comenzando por el extremo céntrico de la calle, lo más llamativo es lo más evidente: la valla que separaba la calle de los terrenos de la estación. Un tema que remarcan los vecinos de la zona, ya que tan pronto está bien colocada como en el suelo. Pero, según se avanza por la calle, cada vez se nombra menos este asunto.
Eso sí, este tramo del Paseo también presenta otras quejas, más referidas en este caso al civismo y a la educación vial, ya que, en más de una ocasión, comentan que los vehículos se paran en segunda fila impidiendo el normal tránsito de los coches, además de no respetar los límites de velocidad aunque haya varios resaltos.
Uno de estos vehículos que no respetan las señalizaciones fue el que perdió el control y se chocó contra la valla al final de este tramo, partiéndola. «Eso lleva así desde antes de Navidad», comenta un trabajador. «Qué va, eso fue después de las vacaciones», responde otra al recibir la misma pregunta.
Al seguir avanzando, queda a mano derecha, más o menos frente a la Farmacia y el salón de juego, el cruce hacia la calle Tarancón, donde está el parking del supermercado, la iglesia de Santa Ana y, un poco más adelante, los multicines. A última hora de la tarde, cuando el sol casi se esconde del todo, las farolas comienzan a encenderse.
«Esto ya es una opinión personal mía, pero mira», dice una trabajadora señalando a este cruce, «hay poca luz, no se ve nada». Opinión personal o no, este cruce también supone, en opinión de las personas consultadas, «un peligro». Porque, al igual que antes, los coches no respetan los límites de velocidad y consideran que hay poca visibilidad.
«El otro día estaba cruzando un señor con su nieto y un coche llegó a tocarles», comentan, aunque agradeciendo que no fue a más. Al profundizar más sobre este asunto, no sabrían decir si falta señalización (el último semáforo en esta recta está varios metros más abajo) o más educación y cuidado por parte de los conductores.
En cuanto a lo que queda a la derecha, una vecina se lamenta que, con las obras de la Plaza de Santa Ana, se hayan eliminado las canastas que había. «Sí, pero eso por lo visto los vecinos le pidieron al Ayuntamiento que se quitase, porque se juntaba allí mucha gentuza», replica otra mujer. «Esa gente se va a seguir juntando haya canastas o no, pero ahora los chavales no tienen dónde jugar», replica la primera.
Entre opiniones y comentarios se sigue calle abajo y, por aquí, las quejas y peticiones vuelven a ser unánimes: el estado del asfalto y de las aceras. Antes de acabar el supermercado hay varios tramos de calzada rotos. No llegan a ser baches o agujeros, pero son lo suficientemente grandes como para notarse con el coche.
Un empresario de la zona comenta que, cuando llueve, se forman balsas de agua y, que alguna vez, ha visto como coches que no frenaban empapaban a señoras mayores que llevaban una bolsa con la compra en una mano y el bastón en la otra.
En más de una ocasión, este trabajador asegura que ha pedido que se repare la calzada, pero que la respuesta que recibe es siempre la misma «eso no es competencia municipal, si no de la empresa que realizó las obras». Una empresa la cuál no quiere nombrar para no acusar a nadie por error, pero que cree recordar que «ni siquiera existe ya».
Al ser preguntado sobre cuánto tiempo hace que lleva pidiendo estos arreglos, se queda pensativo y entra en su trastienda. Al momento, sale con un ejemplar del periódico «El Día de Cuenca» fechado en abril de 2010. En él, se ve que las reivindicaciones que ha comentado son las mismas que están publicadas en ese diario. «No sé por qué lo guardé, pero para que te hagas una idea», comenta con una sonrisa.
Pero, sin duda, el tema más común es el de las aceras. «La calle de los ladrillos flotantes», comentaba un lector de este periódico en la red social Facebook. A partir del cruce que sube hacia la Iglesia de San Fernando, cerca de la rotonda que sube hacia las vías del tren, hay varios tramos de acera que, por un lado de la calle, se levantan, ondulan y suenan a cada paso y, por el otro, ni siquiera hay ladrillos.
Una de las parejas de vecinos consultadas por este tema, curiosamente, pertenecen a una asociación en defensa de las personas con discapacidad y movilidad reducida. Comentan que, anualmente, elaboran un informe detallado con los tramos de calle afectados para poder solucionarlo y así facilitar el tránsito para todo tipo de personas. Pero se lamentan de que el suelo continúa con desperfectos.
Esto se mantiene así hasta prácticamente la entrada en el barrio de Las Quinientas. «Nos tienen abandonados», comenta un empresario. «Con todas las tiendas y gente que hay por aquí y no lo parece», se lamenta.