Manuel Millán de las Heras
El segundo concierto del Ciclo de Adviento, con título de “A la luz del pesebre” es el único que no se ubica en la iglesia de la Merced sino en la de la Virgen de la Luz. La razón es evidente: utiliza un órgano no barroco que pueda abordar repertorio de los siglos XIX y XX y, hoy por hoy, el único con esas características en nuestra ciudad es el que se encuentra en el coro del templo de nuestra patrona. Esperemos que pronto pueda ser utilizado el de San Miguel, para así recuperar la mejor sala de conciertos de nuestra ciudad.
El tesoro de Martín de Aldehuela no tiene como una de sus virtudes la acústica. Los pocos conciertos que he podido escuchar cuando los músicos se colocan delante del altar se han visto perjudicados por un exceso de reverberación que diluye el sonido. Sin embargo, al producirse la emisión desde el coro, la música ha llegado de manera limpia y bastante clara. También ha sido un descubrimiento el órgano, posiblemente del siglo XX, que en las manos expertas de Lucie Žáková se ha convertido en un tesoro a cuidar y mantener.
Como bien ha explicado el director de las SMR antes del concierto, lo de ayer fue un acto de descubrimiento. Partituras muy poco interpretadas, aunque fueran firmadas por autores importantes de la historia. Vivimos la unión de música española y checa, interpretadas por una mezzosoprano española y una organista checa afincada en nuestra ciudad. La mezcla es perfecta y el resultado fue muy satisfactorio.
La primera parte estaba dominada –junto con una bellísima canción de Manuel de Falla con texto de la opacada y redescubierta María Lejárraga— por compositores españoles de esa generación que vino tras el maestro gaditano y a la que se le ha adjudicado varios nombres, entre ellos, generación de la república o del 27. Las piezas eran breves, impresionistas, de una innegable belleza melódica y armónica. Toldrá, Julio Gómez, Frederic Mompou y un desconocido para mí Eduardo Torres, maestro de capilla y organista de la catedral de Sevilla desde 1910. La segunda parte fue un monográfico del compositor checo por excelencia: Antonín Dvořák y sus conmovedoras Canciones Bíblicas. El equilibrio entre los dos mundos fue conseguido. La parte española jugó con la variedad armónica de colores impresionistas y el talento melódico de los autores, que en muchos casos no están todavía suficientemente valorados. Por el contrario, Dvořák sigue los patrones del romanticismo musical, pero con una constante referencia a giros de su patria natal. Las Canciones Bíblicas son especialmente hermosas e intensas.
De Lucie Žáková pocas cosas podemos añadir. Su técnica es excelente, así como su conocimiento de la interpretación historicista de los distintos periodos musicales. Cumplió en los momentos a solo y supo utilizar los registros para acompañar a la mezzosoprano ilerdense Marta Infante, que fue ganando a lo largo del concierto, y nos llevó de los textos navideños de Lope de Vega a la intensidad de los salmos bíblicos en un justo crescendo dramático.
Por cierto, segundo concierto con la sala prácticamente llena. Muy buena señal.