La Grieta: de nave abandonada a centro social autogestionado que acoge conciertos y talleres

El espacio lo gestionan siete jóvenes tras alquilar la nave y reformar el espacio. En él han creado una sala de conciertos insonorizada y diferentes espacios para convivir

Alex, Álvaro, Carla, Kawez, Nano, Paola y Pardo son los siete jóvenes (los dos más mayores tienen 25 años) que están al frente de La Grieta, un centro social autogestionado situado en el polígono industrial ‘La Cerrajera’ que, institucional y legalmente, funciona como una asociación sin ánimo de lucro.

«Aunque para estar registrados tenemos que tener cargos, aquí nadie está por encima de nadie. Ni siquiera nosotros con respecto a los demás socios», aclaran. «Es más, nuestro mayor deseo es que alguien de un “golpe de estado” y nos quite de en medio, eso significaría que hay gente nueva con ideas que quieren que se hagan», comentan a continuación entre risas.

Actualmente cuenta con 27 miembros activos, pero desde su creación en enero de este año han pasado por La Grieta al menos 90 socios inscritos. «Aunque algunos ya no estén en Cuenca o no puedan pagar el mes por falta de tiempo o de dinero, se les sigue considerando socios, en cuanto vengan les recibimos con las puertas abiertas», argumenta uno de los fundadores.

La Grieta es popularmente conocida por sus conciertos, tanto las sesiones de DJs como los eventos de música tecno. Aunque eso no es lo único que organiza la asociación. Por ejemplo, el mes de noviembre está ocupado casi al completo por talleres: sonido para DJs, serigrafía, senderismo y meditación, autocuidados, y consumo. Una estrategia tomada conscientemente por los organizadores para que tanto el público como los socios pierdan la concepción de asociarla con una sala de fiestas.

Tanto es así, que ya han adquirido otra nave (de 600 metros cuadrados) en el mismo polígono industrial para convertirla en un espacio centrado en el arte y la cultura, con instalaciones permanentes de costura, serigrafía, una pista de deportes y una pequeña cafetería.

Construcción del espacio

Independientemente de las denominaciones, La Grieta es una nave industrial alquilada y reformada por estos jóvenes con el objetivo de «ofrecer espacios, talleres y actividades». Esta nave es propiedad de la asociación desde principios de año y, tras varios meses de obras, abrió sus puertas en abril. Posteriormente volvió a cerrar para constituir definitivamente la asociación y terminar las reformas y desde el pasado 7 de octubre vuelve a estar en funcionamiento.

Durante meses han construido y rehabilitado con sus propias manos una barra de bar, una sala de conciertos insonorizada, unas escaleras de acceso al jardín trasero, que también han adecentado, un porche, un altillo con una «salita de estar» y están finalizando la instalación eléctrica para un estudio de grabación, también insonorizado. También disponen de malabares caseros; un espacio de convivencia con libros, sofás y una estufa; un futbolín e instrumentos y equipos de sonido.

Esta idea de habilitar la nave comenzó de manos de otro de los fundadores, Kawez. «Kawez tenía una idea para tener un espacio propio en el que hacer algo y poder ofrecerlo, y se ha adaptado y sigue haciéndolo con otras ideas de mucha gente», comentan los fundadores.

«Muchas de estas cosas son prestadas o regaladas por los socios, amigos o vecinos del polígono», afirman. Por ejemplo, algunos de los altavoces que almacenan son prestados por socios que no tienen espacio para guardarlos, a cambio de poder usarse en la nave cuando sea necesario. También hacen referencia al trueque, a través del cuál intercambiaron un sofá que no necesitaban por una caja que sí.

Sala de conciertos insonorizada en el interior de la nave.

En la disposición de las estancias han aplicado un concepto de la neurociencia del bienestar (ya que Álvaro estudia esta materia) denominado «espacios preparados». Es decir, tener espacios dedicados exclusivamente a una actividad concreta. Así, quien entre en estos espacios sabrá qué puede encontrarse y hacer, sin necesidad de preguntar.

Poniendo de ejemplo los malabares caseros que hicieron en uno de sus talleres, comentan que están ahí disponibles y a mano para cualquier persona que quiera utilizarlos o aprender. «Es verdad que todavía tenemos que poner un cartel que diga que se pueden coger, pero en las fiestas hay gente que pregunta, los usa y al momento tienes aquí a un grupo de personas practicando y usándolos. Esa es la idea y lo que queremos». Lo mismo sucede con los libros, equipos y salas a su disposición.

«Siendo pobres en conjunto podemos tener y ofrecer muchas cosas», explican. Los socios pagan una mensualidad de cinco euros para poder participar en todas las actividades organizadas (además de las aportaciones que quieran realizar), mientras que los no socios deben pagar la entrada a los eventos que puedan asistir. «Con eso hay veces que no da y tenemos que poner de nuestro propio bolsillo. Hay quien trabaja para ganar dinero, nosotros aquí trabajamos para perderlo», reconocen.

Gestión del espacio y gestión cultural

«No queremos intervenir en la cultura y obligar a la gente a hacer algo, queremos ofrecer las circunstancias para que la cultura simplemente ocurra», comentan junto al ejemplo, de nuevo, de los malabares: «si tú los ves, vas a preguntar y vas a cogerlos, pero si no están, ni siquiera se te ocurre que pueden estar. Por eso queremos dar todas las oportunidades posibles y el espacio para que la gente haga lo que quiera».

Esa mentalidad también se aplica a los talleres y conciertos. En ocasiones es uno de los miembros el que propone impartir un taller (sucedió con uno de gestión emocional), a veces se le propone a un conocido (como el de elaboración de jabones) y otras es la propia organización quienes busca a los artistas. Sea cual sea el caso, el espacio «está disponible para que cualquier socio proponga lo que quiera».

«Cada uno aporta desde lo que tiene, puede y sabe. Y desde lo que aprendemos, porque al menos yo ahora me considero una chapuzas y sé arreglar y construir cosas», comenta una de las fundadoras. «Eso lo solemos decir: no sabemos bien a qué nos dedicamos, pero se nos da bastante bien», responde otro. «Lo más importante es crear redes de gente que sepa y quiera aportar», sentencian.

Aún así, recuerdan que no es un local público, si no que es un recinto privado que organiza eventos privados, de ahí las tasas y la exclusividad. Por ejemplo, a los conciertos y actividades nocturnas no pueden asistir personas que no sean socias, a no ser que sean acompañantes y estén invitados.

«Nos importa bastante más la seguridad que los beneficios», afirman. Con esto ya no se refieren a la seguridad de las instalaciones, tener toda la documentación y material en regla, si no también a las personas que asisten a la nave.

Actualmente tiene un aforo máximo de 250 personas, pero en sus fiestas y eventos nunca venden más de 200 entradas. «Aunque llenemos, no queremos ni llegar al límite, porque lo que intentamos es que hay espacio para bailar, no es plan de amontonarse porque al final queremos estar a gusto», explican.

«Esto es como nuestra casa y la de los socios, si se llena al final no puedes controlar a todo el mundo y pueden pasar cosas que no quieres. Así nos aseguramos de que los que vienen de verdad quieren estar aquí y se preocupan por cuidar a la gente y al espacio», argumentan.

Ponen de ejemplo situaciones pasadas: «hubo una vez un chico que se sobrepasó con una chica. Pues en dos segundos nosotros seis nos habíamos enterado y en tres segundos se habían enterado el resto de asistentes. Así que cogimos y le echamos, porque la prioridad era que ella se sintiera segura».

Aún así, son conscientes de los prejuicios que puede tener el mundo de la noche, la música tecno y las actividades socioculturales alternativas organizadas por jóvenes. «Una vez una chica trans de unos 20 años se nos acercó y nos dijo que era la primera vez en su vida que había salido de fiesta y se sentía tranquila y a gusto. Con comentarios como esos, que se piensen que somos un templo de la droga si quieren», argumentan.