Cuenca se debía a sí misma una procesión de Paz y Caridad como la que este Jueves Santo ha recorrido sus calles. Un cortejo que no escatimara en actos de recuerdo y en el que los nazarenos regalaran a los suyos un primoroso homenaje. La jornada está marcada en el calendario como una fecha para el reencuentro, los abrazos y la familia, y tras tres años de castigo -dos por la pandemia y uno más por la lluvia- los conquenses por fin pudieron cumplir sus promesas.
Esta procesión es especial por ser la única en la que se cruza el río Júcar y por tanto el desfile comienza mucho antes de que se abran las puertas de la iglesia de la Virgen de la Luz y San Antón. Un templo que por su ubicación se transforma en lugar de peregrinación de un caleidoscópico grupo de penitentes. Por el camino no faltan diálogos trillados como un cómodo par de zapatos viejos y tradiciones que completan al programa oficial. Tras el tallaje de los banceros en la plaza junto a la iglesia y la fotografía de rigor, las hermandades acceden por turnos para saludar a la patrona de Cuenca, que les devuelve la mirada deseándoles la mejor de las suertes.
Las puertas de la iglesia de la Virgen de la Luz y San Antón se han abierto puntuales, a las cuatro y media de la tarde. Cientos de personas se acercan hasta el lugar para ver ese tramo de procesión que no se repite en ningún otro desfile. Abre la marcha el Cristo de las Misericordias a hombros de todas las hermandades que componen la Archicofradía de Paz y Caridad. Bajo las andas, un puñado de debutantes a los que un largo invierno robó su juventud. Tres años son poco cuando la historia se observa con perspectiva, pero es muchísimo tiempo mientras lo vives, sobre todo si eres joven.
La inseguridad de los primeros horquillazos en el suelo se ha visto aumentada por unas gotas de lluvia que por momentos han hecho temer lo peor. El agua, tan impredecible que ni había entrado en los pronósticos, ha provocado incluso que parte del público haya acudido a cobijarse bajo la techumbre del centro de salud, que otra vez más ha servido de refugio a los conquenses. Afortunadamente y tras varios intentos frustrados, la lluvia ha quedado en un conato que tan sólo ha servido para abrir algunos paraguas durante un rato, generar dudas y un pequeño retraso ante la incertidumbre.
Es normal que tras una larga noche, por la mañana el cuerpo esté entumecido y los primeros pasos conduzcan a un desperezo agradable pero doloroso. Algo así ha sufrido -y disfrutado- la procesión de Paz y Caridad, que no estaba completa hasta las seis menos diez de la tarde, cuando la Soledad del Puente ha sido recibida sobre el asfalto con el himno de España.
El Jueves Santo pronto ha alzado la vista para mirar al cielo. Pero no lo ha hecho por temor a los grises nubarrones que acompañaron el primer tercio del desfile, sino para saldar cuentas y dedicar un día redondo a quienes lo miraban desde arriba. Sería imposible recoger en estas líneas todos y cada uno de los actos ha habido. Guiones y estandartes se han llenado de crespones negros para despedir en procesión a los que se marcharon. Han sido numerosas las ocasiones que los pasos se han girado en señal de respeto y afecto a los familiares de los difuntos. Algunos, como Jesús con la Caña, se volvían al monumento al nazareno, otros como el Amarrado se giraban al comienzo de la calle Carretería y en las escaleras de la calle Las Torres, el Ecce Homo de San Gil en la confluencia con Alonso Chirino, la Oración en el Huerto y Jesús Caído y La Verónica en la calle de Las Torres. El Auxilio y Jesús Nazareno del Puente, por su parte, han realizado un sencillo acto de recuerdo, reconocimiento y oración a sus hermanos en la iglesia de San Esteban, girándose hacia el estandarte de los hermanos difuntos, que ha desfilado por primera vez. La numerosísima hermandad morada del Jueves Santo ha elegido este entorno por estar ligado con su historia, dado que fue solar del convento franciscano que promovió la devoción a la Vera Cruz, cabildo en el que nació esta Hermandad, y precisamente en el entorno urbano donde se encontraba la ermita de San Roque, y donde recibió culto su titular desde el siglo XVI hasta la invasión francesa.
Los recuerdos no se han ceñido únicamente a los homenajes que han hecho las hermandades: era frecuente ver miradas empañándose tras los capuces, lágrimas corriendo por la mejilla de los espectadores, escuchar lentos y profundos suspiros en una jornada en la que las emociones han estado más a flor de piel que nunca. Manuel Ruiz de Lara, Eduardo Zafra, José Ramón Izquierdo, Luis Machetti, Carmen Portilla, Isabel Lozano, Luis Fernández Moral y José López Calvo son algunas de las instituciones que el Jueves Santo ha perdido desde la última vez que salió a la calle, y son sólo algunos nombres en un listado mucho más extenso.
Con la intermitente lluvia y los numerosos homenajes y oraciones, el cortejo ha ido ganando en longitud, estirándose en una larguísima fila continua de nazarenos que ha hecho que en algunos puntos hubiera mucha distancia entre imágenes. Este desfile tiene mucho presente entre sus tulipas y da gusto ver lo nutridas que son sus filas centrales, lo que hace pronosticar que habrá grandes Jueves Santos para varios siglos más. En la calle de Las Torres, por ejemplo, y donde por cierto no había ni un balcón sin ocupar, el tiempo total de ver pasar la procesión era cercano a las dos horas.
Los humanos funcionamos por costumbres y tendemos a caminar por los surcos que nos vamos labrando. De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda el ‘tardeo’, algo de lo que no se ha librado este Jueves Santo, sobre todo en algunos puntos muy localizados, como en el entorno de la Puerta de Valencia, y siempre más allá de la tercera fila de espectadores, donde se formaba un irregular murmullo que tan sólo se paraba unos pocos segundos después de que alguien chistara. Una pequeña mancha que se hace notar como masticar un grano de arena en medio de un bocadillo.
En el ascenso al Gólgota conquense, en cuyas laderas brotan por igual aliagas, espliego, cicuta y perejil, el cielo se ha abierto. La procesión se ha compactado, con la Soledad del Puente arropadísima con sus penitentes doblando filas. Pese a todo, ha sido inevitable que recuperara toda la distancia que la separara de la cabecera, y ha sufrido un pequeño corte en la Anteplaza respecto al Jesús del Puente. Tras una solemne entrada en la Plaza Mayor en la que ha reinado la Ley del Silencio entre los espectadores, la banda de Trompetas y Tambores de la Junta de Cofradías la ha ayudado acompañándola con Caridad del Guadalquivir a alcanzar el Obispado, algo que no ha hecho hasta pasadas las diez de la noche.
Todavía era de día cuando los banceros de la Oración en el Huerto daban una lección de cómo se baila un paso bajo los Arcos del Ayuntamiento. La Agrupación Musical Iniestense -que ha hecho hasta el descanso tras el Amarrado a la Columna- les ha acompañado en un descenso con unas marchas que han sido como un recuerdo de la familia, de la amistad y de la agradable sensación de pertenencia a algo.
La hermandad de Jesús con la Caña celebraba este año los 75 años de la hechura de su talla, obra de Federico Coullaut-Valera. La imagen vestía la recuperada y antiquísima clámide decimonónica, ha desfilado por primera vez en Jueves Santo siendo hermandad sacramental y ha estrenado en procesión la pintura en óleo sobre tabla que Antonio Díaz Arnido ha creado para la portada del libro de Constituciones. La hermandad, una de las más familiares de las que componen la Semana Santa, mantiene intacta su esencia bajo sus capuces de terciopelo, se pueden contar sin mucho esfuerzo los apellidos y probablemente también sus nombres propios. Durante todo el desfile han contado con el acompañamiento de musical de la banda de La Alberca de Záncara, novedad en la Semana Santa de Cuenca, que ha tocado con digitación rápida y precisa.
El cortejo ha iniciado la bajada en un descenso que ha completado con agilidad pero sin prisa. Con poco público en las aceras, los nazarenos de la procesión de Paz y Caridad han ofrecido lo mejor al más exigente de sus públicos: ellos mismos. La intimidad ha dado paso como suele ser costumbre a algunos de los mejores momentos del desfile, como la preciosa lección de anatomía y sentimiento que Marco Pérez dio en su Amarrado, la precisa trazada a golpe de horquilla de La Verónica en las curvas de la Audiencia, o el solemne paso del Ecce Homo de San Gil tras escuchar el Miserere cantado por el coro del Conservatorio en San Felipe Neri. En el puente de San Antón de vuelta, los inseguros banceros que salieron con el Cristillo hace tan sólo unas horas han recibido una lección magistral del capataz José Jabalera, y ahora demuestran ya su soltura bajo el banzo.
Otro de los momentos especiales de este tercer tercio de procesión lo da El Auxilio, que este año estrenaba gualdrapas bordadas por el ecijano Jesús Rosado, cuando en la penúltima calle se empareja con el titular de la hermandad mientras suena ‘La muerte no es el final’ interpretada por la banda de Munera. Espectaculares como siempre han estado los banceros del Jesús del Puente, que da igual cuando lo mires, siempre desfila con el mismo paso corto despojado de artificios.
La noche ha ido avanzando y con ella el frío se ha ido apoderando de la madrugada. En la lejanía, ecos de los tambores de piel se escuchaban tras la curva de Palafox y en el puente de la Trinidad. Y es que este Jueves Santo ha tenido un horario más parecido al anterior al cambio de recorrido, con la Soledad del Puente llegando a la iglesia de la Virgen de la Luz con el himno de España a cargo de la banda de Cuenca sonando en el aire pasada la una y media de la mañana. Una Madre que ha sido escoltada hasta el final por la Guardia Civil, estrenándose en el cortejo un banderín conmemorativo del hermanamiento entre ambas instituciones. Una Virgen cuyo rostro muestra la misma claridad con que una madre distingue el llanto de su hijo aunque esté lejos de él, y que mostrará por siempre su ausencia si este muere antes que ella.