Cuatro mil kilómetros separan Sumy, en Ucrania, de Cuenca. Un distancia que Ksenia ha recorrido a sus 36 años junto a su hijo de 13 años para escapar del horror de la guerra. Este sábado ha llegado a la capital conquense tras un trayecto de cinco días en los que el convoy humanitario del que formaba parte tuvo que soportar los ataques rusos. Atrás queda su marido, militar ucraniano, combatiendo en la defensa de su ciudad Sumy, próxima a Jarkov. Por prudencia, evita ser fotografiada para evitar posibles represalias si su identidad es reconocida.
Desde su llegada vive en casa de Iana, ucraniana residente en Cuenca desde hace más de quince años, y que ejerce de intérprete ante el desconocimiento absoluto del idioma por parte de Ksenia. Junto a ellas se comparte su experiencias Tatiana, empleada del hogar de origen ucraniano y establecida en la ciudad de Cuenca. Este lunes han llegado a tierras conquenses su hijo, su nieta y su nuera, necesitada de tratamiento tras una operación en el cráneo.
A Ksenia le cuesta sonreir. La tragedia que asola su país está marcada en su mirada. La guerra está enfrentando a familias, vecinos…Ella misma nació en Rusia, su madre es rusa pero vive en Ucrania y su marido e hijo son ucranianos. En la zona de la que procede, limítrofe con territorio ruso, no es extraño que la vivienda esté en Ucrania y el huerto en Rusia.
El drama es constante en las vidas de quienes continúan en su país. Ksenia explica a través de la traductora que «llegamos el día 13 aquí y salimos de Sumy el día 9 a las ocho de la mañana. Sin parar aunque cayesen en bombas y nos disparasen. Nos daba igual que nos matasen, nos queríamos ir. Desde Sumy salimos hacia Poltava en un coche de gente que colabora, cambiamos la ruta y nos pusieron un tanque delante para que no saliésemos. El tanque disparó y mató a una familia que iba en un coche. Hubo combates, volvimos a cambiar la ruta y salimos más tranquilos. Para llegar a Poltava tardamos cuatro horas y es la única vía de salida. Allí había un tren de evacuación con mucha gente y de allí fuimos a Leópolis. Allí tenía un amigo que compró billetes para llegar en autobús hasta aquí».
El horror de la guerra ha convertido la supervivencia en un trágico juego del gato y ratón. «Nadie sabe la ruta ni el horario del tren de evacuación. No se dice a nadie. Así los rusos no saben cuándo viene, ni a dónde va. Es como el escondite. Con mucho secreto. Llegas a la estación de tren y esperas. Cuando llega intentas entrar y si no esperas a otro porque hay mucha gente, una multitud, intentando escapar. Es un colapso, todo el mundo quiere entrar».
«Sólo me preocupa el futuro de mi hijo»
Advierte Ksenia que Sumy tiene una gran fábrica de amoniaco donde guardan productos químicos «Hay peligro de que bombardeen esta zona y esto puede provocar un desastre enorme. Nuestros militares están intentando evitarlo. Gracias a los militares ucranianos la situación en Sumy no ha llegado a ser como en Jarkov. Están luchando y no permiten a los rusos controlar la zona. Por tierra, podemos controlar la situación pero el peligro viene desde el aire, por los bombardeos de la aviación. Sin parar». A pesar de abandonar la zona de conflicto, asegura que «estoy muy preocupada a ver de qué voy a vivir, qué hacer…mi marido está en primera línea. No duermo, tampoco puedo llamar lo que me gustaría…Algunos mensajes mando. No veo futuro ahora. Sólo me preocupa el futuro de mi hijo. Que termine de estudiar, que dejen de caer las bombas….estuvimos ocho días en un refugio. Y una vez salí a la calle y a una 300 metros cayó una bomba. Así, que volví al refugio de nuevo».
Iana advierte sobre las complejas derivadas sociales de la guerra en Ucrania en zonas donde ambas realizadas convivían tradicionalmente de forma pacífica. «Hablo ruso y nunca hemos discutido, ni nos quejamos…ella misma nació en Rusia, su madre y su familia están en Rusia pero está casado con una ucraniano y vive feliz. Y así la mayoría de la gente. Primos, cuñados, padrinos…estamos mezclados. Nunca tuvimos problemas si uno habla en ucraniano, otro en ruso…En el trabajo de Ksenia el idioma oficial es ucraniano y lo habla con los clientes, pero cuando sales de la oficina habla en ruso y no pasa nada. No importa».
Estas mismas fuentes han advertido sobre las mafias y las tratas de mujeres y niños. «Hay gente que dice que van a ayudar y te llevan gratis…pero no son de fiar. Los mensajes que leo son algo… raros. Pueblo de España se ha portado muy bien. Antes tenía poca confianza con la gente pero ahora estaba ilusionada porque venía la gente ofreciéndome medicamentos, alimentos…pero hay gente que te ofrecen casa, vuelo…pero no sabes si es un engaño».
Apoyo integral desde Cáritas
Mª Paz Ramírez, secretaria general en Cáritas Diocesana de Cuenca, ha precisado que «tenemos una campaña de emergencia abierta a nivel estatal por parte de Cáritas y lo que hacemos principalmente es la recaudación económica para poder enviar a las Cáritas de Ucrania y los países limítrofes como Rumanía, Moldavia, Polonia…Toda ayuda es poca. Ahora las personas que están llegando lo hacen a casas de familiares o amigos. Hasta ahora estaremos ayudando a unas veinte familias. No hay tanta necesidad de alojamiento como de cubrir las necesidades básicas: ropa, comida… Las personas que acogen no están sobradas de recursos y reciben a varias personas más a comer, dormir…»
Asimismo, ha indicado que «también estamos esperando a que salga un grupo para la alfabetización y poder trabajar el castellano para que se puedan comunicar. A nivel estatal , se ha ofrecido para las personas ucranianas que a las 24 horas puedan tener permiso de residencia y de trabajo, lo que va a facilitar la inserción laboral».
Siempre aconsejamos que las personas vengan por el canal oficial porque se prevé que sea una situación que se prolongue en el tiempo. No van a estar unos días o un mes, por desgracia, pero la experiencia nos dice que va para tiempo. La gente tiene buena voluntad y dice que acogerán su casa pero ¿Y dentro de tres meses? Por eso, decimos que hay que dar una respuesta integral».