Raúl Rivas González, Universidad de Salamanca (The Conversation)
Los romanos desaconsejaron y prohibieron la adicción de orugas procesionarias del pino en los inservibles brebajes que eran elaborados para romper los hechizos mágicos. Lógico, ya que el contacto con la oruga es muy peligroso.
A finales del invierno, las orugas procesionarias del pino (Thaumetopoea pityocampa) inician un peregrinaje característico, a modo de procesión, desde las zonas altas de los árboles. La proximidad de la primavera eleva la temperatura ambiental y promueve que estos insectos desciendan, ordenados y en fila, buscando un sitio adecuado para construir una galería y pupar en el suelo, con la finalidad de transformarse en polillas.
Puede parecer que durante este periplo las orugas están indefensas, pero no es así. Cuando una de estas orugas se siente amenazada es capaz de lanzar grandes cantidades de pelos urticantes. Los pelos desprendidos pueden flotar en el aire y provocar irritación en oídos, nariz y garganta o desencadenar intensas reacciones alérgicas por hipersensibilidad mediada por IgE.
Los pelos urticantes de la oruga contienen una toxina termolábil responsable de provocar los síntomas alérgicos. La toxina se conoce como Thaumatopina y es una proteína formada por dos subunidades, Tha p1 y Tha p2. En casos extremos, el contacto con esta toxina puede incluso causar ceguera o la muerte, lo que representa una grave amenaza para la salud humana y animal.
Urticaria y dermatitis
La peregrinación cíclica de las orugas desde las copas arbóreas al suelo entraña riesgos importantes. De hecho, este animal es la causa más frecuente de reacciones adversas a lepidópteros en España, y una de las más habituales en Europa.
Tras la segunda muda, la oruga adquiere el aspecto definitivo y aparecen, colocadas por pares, unas quetas urticantes dorsales rojizas en cada segmento del cuerpo. El contacto con la oruga induce distintas patologías cutáneas manifestadas habitualmente, a través de un mecanismo tóxico-irritativo, como urticaria y dermatitis localizadas en las zonas expuestas.
Para más inri, resulta que los pelos pueden seguir siendo dañinos por un periodo de hasta cinco años. Eso supone un peligro mayúsculo para la salud en áreas de gran proliferación de la oruga y dificulta las operaciones selvícolas y el pastoreo en los bosques.
Las larvas de la polilla de la procesionaria del pino construyen aparentes nidos sedosos en las copas de las coníferas, especialmente en pinos y cedros, lo que permite que las orugas se alimenten de acículas maduras en el invierno. Durante los meses en que las orugas descienden de los pinos, si transitamos cerca de los árboles es conveniente llevar ropa adecuada que cubra cualquier superficie cutánea expuesta. En pinares infestados es preferible, en especial los días de viento, evitar pasear, recoger piñas y leña o remover el suelo.
Siempre hay que eludir manipular los nidos, tocar a las orugas, pisarlas o intentar barrerlas porque pueden proyectar miles de pelos urticantes. Los nidos individuales pueden contener muchos cientos o incluso miles de larvas, y un único árbol puede albergar entre 10 000 y 100 000 orugas.
Por tanto, es aconsejable que los ciudadanos avisen a las autoridades competentes de la presencia de orugas procesionarias en lugares públicos.
Si sufrimos contacto con las orugas y comienzan los síntomas, en la medida de lo posible hay que evitar el rascado. Rascarse aumenta la sintomatología, al favorecer que las espículas de la oruga se claven o rocen de forma más contundente la piel o las mucosas. Esta medida es válida también para nuestras mascotas.
Daños a los bosques
El ciclo vital de la oruga convierte al insecto en un importante defoliador de los bosques mediterráneos de coníferas y en una plaga forestal en los países de la cuenca mediterránea. En los últimos años, la procesionaria del pino ha sido la segunda causa de destrucción de los pinares españoles, solo por detrás de los incendios forestales. Por desgracia, el calentamiento global ha favorecido la expansión del lepidóptero hacia el norte del continente europeo.
La creciente abundancia de polillas procesionarias ha estimulado el aumento de diversas medidas de control para reducir los niveles de infestación, incluidas las aplicaciones de pesticidas químicos y biocidas, la quema de nidos de larvas y la eliminación física. Sin embargo, hasta la fecha, el éxito de estas medidas ha sido limitado. Es más, es probable que algunas de ellas hayan tenido efectos sustanciales en especies no objetivo o incluso en especies en peligro de extinción.
Por esta razón, hay una marcada tendencia a emplear métodos de lucha biológica respetuosos con el medio ambiente y que estén equilibrados en la operación efectividad/esfuerzo. El principal es la utilización de feromonas para capturar en trampas a los machos adultos reduciendo las posibilidades de cópulas y por tanto de aumento de la población.
Otra apuesta de control biológico consiste en emplear microorganismos específicos que infectan y matan al lepidóptero, siendo algunos de los propuestos el virus Smithiavirus pityocampae, la bacteria Bacillus thuringiensis o el hongo Beauveria bassiana. También pueden ser utilizadas avispas parasitoides, como la especie Trichogramma brassicae, que parasitan los huevos de la procesionaria.
En definitiva, resulta primordial analizar la dinámica de la población de la oruga procesionaria del pino en áreas recién invadidas, en particular en relación con los factores climáticos, porque es conveniente predecir la expansión y las potenciales plagas futuras de estos insectos.
Raúl Rivas González, Catedrático de Microbiología, Universidad de Salamanca
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.